Archivo de septiembre 2009

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La crisis (I): la especulación.

Viñeta de Elrich publicada en el periódico El País el 19/11/2009.Sé que ya no está de moda eso de hablar de la crisis económica. Lo seguimos escuchando en las noticias, pero ya por motivos políticos (en los medios nacionales) o para comprobar que todos los augurios dicen que estamos llegando al final de los días negros (en los medios internacionales).

Precísamente por esta razón me gustaría volver a hablar de lo que ha sucedido y dar mi opinión de por qué ha sucedido. Lo hago porque -a pesar de que se me acuse de agorero- no creo que hayamos aprendido la lección, y que por lo tanto tarde o temprano (mi opinión es que mucho más temprano que tarde) volveremos a vernos en las mismas, o en peores.

Hace un año, medios internacionales se referían a la crisis económica que entonces se desataba en términos casi apocalípticos. Se hablaba del fin del capitalismo, de la necesidad de reformarlo, refundarlo o incluso de cambiar de modelo económico. La sensación que tengo, un año después y sin ser ningún entendido en economía y finanzas, es que no se ha hecho nada para evitar que en un futuro nos encontremos en idénticas situaciones. Se ha apelado, a veces con euforia, a los signos de recuperación para hacernos olvidar que hemos llegado a esta situación por algo, y que las cosas han de cambiar mucho para que no volvamos a encontrarnos con el mismo problema.

Sobre el por qué esta crisis es más fuerte que otras anteriores se ha escrito y dicho mucho. Me gustaría no obstante dar mi opinión, que pasaré a detallar, pero que adelanto que se funda en tres factores: la progresiva desaparición de la clase media, el aumento del crédito de «alto riesgo», pero sobretodo debido a la generalización de la especulación, especialmente a la especulación con los bienes básicos.

La gran pregunta es: ¿por qué esta crisis, que ahora que comienza a declinar ha llegado a ser considerada como la crisis del sistema capitalista? Uno podría preguntarse qué es lo que ha hecho de esta crisis algo tan preocupante para muchos, por qué los medios unánimente la han considerado como la mayor amenaza al sistema económico capitalista, por qué incluso los líderes internacionales comenzaron a hablar de la necesidad de reformar el propio sistema, cuando al fin y al cabo, lo que muchos hemos experimentado no es distinto a lo que antes que nosotros han experimentado ya los que sufrieron las anteriores crisis: aumento del paro y dificultad a la hora de encontrar empleo. Lo normal en una crisis económica, ¿no? ¿Por qué entonces ésta es especial?

Para encontrar la razón hemos de regresar en el tiempo unos años. Podríamos debatir ad nauseam sobre el punto en concreto que comenzó a desencadenarlo todo, pero en realidad eso no tiene importancia. La economía se basa en modelos caóticos, es decir, en modelos matemáticos que no se pueden predecir, pero sí se pueden analizar. La dificultad a la hora de predecir lo que va a ocurrir proviene del famoso efecto mariposa. En economía, cualquier acción, por mínima que sea, podría tener consecuencias impensables, tanto para bien como para mal. Pero por lo general, el tiempo que transcurre entre que una mariposa bate sus alas económicas y que el huracán económico devasta la economía es demasiado amplio (económicamente hablando) como para poder encontrar la dichosa mariposa. Así que nuestra mariposa puede que haya muerto ya hace mucho cuando el batir de sus alas ha provocado la tormenta. Por esa razón me centro no en buscar la mariposa, sino en explicar cómo ha podido ocurrir esto.

En algún momento en el pasado a alguien se le ocurrió una manera inteligente de ganar mucho dinero de manera fácil y rápida. El problema es que se necesitaba mucho dinero para ello. Uno, con ese sistema, podría multiplicar en sólo unos meses el dinero invertido por 2, por 3, por 10… La idea era bien sencilla, y se basaba en la ley principal de la economía: la ley de la oferta y la demanda, que viene a decir que si hay poca leche, la leche es más cara. Está claro, ¿verdad? Si hay poco de un producto, quien lo vende puede decidir subir el precio. Esa es la razón de que productos artesanales, manufacturados, o de gran calidad sean más caros. Si un zapatero italiano tarda cuatro días en fabricar un par de zapatos, los venderá mucho más caros que una fábrica en la que se hacen 2000 en un día. La oferta (la cantidad de producto) es escasa, y la demanda (la cantidad de personas que desean el producto) es amplia, por lo tanto el zapatero puede pedir mucho dinero por sus zapatos. Naturalmente esto depende de un pequeño factor: nuestro zapatero no puede ser un manazas. Si el resultado final de su trabajo es de mala calidad, nadie querrá sus zapatos, luego aunque la oferta sea muy limitada, si la demanda también lo es, el precio no puede ser fijado por el ofertante.

Así que no todo producto da grandes beneficios. Productos como la leche, el pan, el azucar… son bienes básicos. Todos los necesitamos y consumimos a diario. La demanda es alta. Pero la oferta también lo es, por lo que al final el precio tampoco es elevado. Pero, ¿qué pasaría si un producto muy demandado tuviera poca oferta…?

Pensemos por un momento que un producto como la leche comienza a escasear, y que lo hace de manera repentina. Pensemos por un instante en que de la noche a la mañana desaparece la leche de las estanterías de los supermercados. Y supongamos que esa circunstancia no es algo puntual, sino que se extiende en el tiempo: semanas, meses sin leche, sin nata, sin queso, sin yogurt… Las pizzerías no podrían trabajar, miles de millones de restaurantes en el mundo tendrían que cerrar. Y eso por no hablar de la preocupación de miles de millones de madres. Supongamos ahora que se empieza a producir leche y sus derivados, pero en cantidades muy pequeñas. ¿Cuánto estaría dispuesta a pagar la gente por un litro de leche, por un queso, por un yogurt? ¿Alguien imagina el precio que alcanzaría un plato que llevara nata entre sus ingredientes?

Esto que parece economía-ficción es algo que no es tan descabellado. No hace mucho asistimos a un importante aumento del precio en los cereales. La razón fue que el biodiesel puede producirse a partir de trigo, por ejemplo, y las empresas de biodiesel pagan mucho más por el trigo que los panaderos.

A algún hijo de puta sin escrúpulos se le ocurrió un día pensar en lo siguiente: todo el mundo necesita ciertos productos. No necesariamente los compran de manera directa, pero todo el mundo los consume a diario de una manera o de otra. Si uno se hace con muchísimo dinero y consigue comprar una buena parte de todo ese producto que se compra y vende todos los días, podría controlar el precio de ese producto. Por ejemplo: el petroleo. Si consiguiera dinero suficiente como para comprar una enorme cantidad de barriles de petroleo, podría sencillamente encerrar esos barriles. La oferta entonces se reduciría mucho, y como la demanda es la misma, el precio subiría. En ese momento podría sacar mis barriles y venderlos. Así ganaría mucho dinero, mucho más del que necesité para poner en marcha mi plan.

Las cosas no son exáctamente así. De hecho, son más sencillas aun. Nadie necesita realmente almacenar los barriles de petroleo, nadie necesita transportarlos hasta un lugar seguro, encerrarlos en un inmenso almacén, poner guardias de seguridad para que nadie los robe… Lo único que ha de hacer es abrir una cuenta en un agente de inversión y darle la orden de comprar petroleo en la bolsa de Nueva York. No se necesitan varias semanas reteniendo el crudo, basta con hacerlo unos cuantos segundos, minutos, horas en el peor de los casos. El dinero viaja muy rápido. El único obstáculo es conseguir el dinero suficiente.

El proceso que acabo de describir se llama especulación. El petroleo ha sufrido un enorme proceso de especulación. En septiembre del 2003 el precio del barril de petroleo rondaba los 25 dólares. El 11 de julio de 2008 se llegó a pagar 147,25 dólares por un barril Brent. Es casi multiplicar por 6 el precio. Es decir, en casi 5 años, por cada dolar gastado originalmente en especular con el petroleo, se obtendrían 5 dólares extra.

El petroleo es un producto de consumo diario. No me refiero a la gasolina. El petroleo es mucho más que gasolina, es muchísimo más. Yo no tengo coche, ni moto, ni nada de eso, y consumo a diario mucho petroleo. Piense en cualquier envoltorio de casi cualquier producto. Con enorme probabilidad está hecho de plástico, y los plásticos se producen a partir de petroleo. Calefacción, agua caliente: en muchos casos usan como combustible algún derivado del petroleo. La electricidad también puede provenir de centrales termoeléctricas. Pero lo que es más importante: el transporte. Puede que yo no tenga coche, que sea muy ecologista y sólo me mueva en bicicleta, tren, transporte público y ocasionalmente en avión (excepto la bicicleta, todo lo demás se mueve usando algún derivado del petroleo como combustible), pero ¿qué hay de los productos que compro a diario? ¿Cómo ha llegado hasta mi supermercado habitual ese racimo de uvas que me estoy comiendo en este momento? Los productos de todo el mundo se mueven gracias al petroleo, ya sea por tierra, mar o aire. Los combustibles derivados del petroleo son los que permiten que los barcos atraviesen los mares cargados con frutas del otro lado del mundo, son los que posibilitan que en tu supermercado haya tomates murcianos a pocos metros de reproductores mp3 chinos o de wisky escocés. La demanda de petroleo es muy fuerte, y quien puede controlar aunque sea una parte de la oferta, puede hacer estragos en la economía de miles de millones de personas.

Pero el petroleo no es el único bien esencial que hemos visto encarecerse sin motivo aparente en los últimos años. Hace algún tiempo, en España observamos cómo el tomate se encarecía repentinamente, sin ningún motivo aparente. Lo mismo ocurrió con el aceite de oliva hace más tiempo aun. El trigo ya lo he mencionado. También pasó algo parecido con el pollo. Se dio la circunstancia de que mientras por un lado la carne de pollo estaba muy cara, por otro lado los criadores de pollo se veían obligados a venderlos a un precio que ni siquiera cubría lo que a ellos les había costado criarlos. Los criadores de pollo perdían dinero en el momento en el que el pollo estaba más caro en la historia de España.

Excepto en el caso del trigo -que responde a la explicación de los biodiesel-, lo demás se debió únicamente a la especulación. Es lo que conocimos entonces como «los intermediarios». El problema era que el criador de pollos -o el cultivador de olivo, o el de tomates- no es casi nunca el que vende sus productos en el mercado. Ya poca gente va al mercado. La mayoría de la gente compra en supermercados. El que cria el pollo -o cultiva el tomate, o el olivo- no vende tampoco directamente sus productos a un supermercado. Existen lonjas, que no son otra cosa que lugares donde los que producen alimentos venden su cosecha o sus animales, y ciertas empresas se las compran. Esas empresas no suelen ser tampoco directamente los supermercados. Suelen ser empresas que compran el producto y lo transforman de alguna manera. El pollo  o el tomate llegan casi de la lonja al supermercado, pero no así el aceite o las aceitunas. En cualquier caso, la lonja es un intermediario, y para muchos de nosotros es un intermediario necesario.

El problema es que en la lonja entró la especulación: yo voy a vender mi pollo, y me encuentro con alguien que compra todo el pollo. Esa persona tiene mucho dinero, y lo compra sistemáticamente todo. Así día a día, semana a semana, mes a mes. Al final la lonja deja de tener sentido, porque ya sólo van los productores -todos los que criamos pollos- y ese señor que siempre compra todo. Al desaparecer el resto de compradores él acapara toda la demanda. De repente los papeles se han cambiado, porque como ahora es él el único que compra, la demanda se ha reducido. Ahora él compra barato, muy barato. Y una vez que tiene toda la producción, la vende cara, muy cara. Hace lo mismo que el que especula con el petroleo.

A veces esto se realiza en varias fases, con varios especuladores: uno se lo vende a otro, que lo vende mucho más caro a un tercero, antes de venderlo finalmente a alguien por un precio mucho mayor que el del comienzo. Total, al final todo el mundo come tomate, aceite de oliva y pollo. Al final alguien va a pagar, va a pagar el pollo. Al final los que pagamos el pato somo todos, los de siempre, tú y yo. Y de paso el productor, que ve cómo apenas le da para cubrir gastos, y a veces ni eso. Mientras, cuatro hijos de puta se han forrado sin hacer nada. Bueno sí, puteandonos a todos.

Pero la guinda del pastel no es ni mucho menos esa. A alguien se le ocurrió en mala hora una idea mucho más retorcida: ¿por qué no especular directamente con el bien de consumo que, siendo absolutamente necesario, sea a la vez el más caro de todos? Y así es como nació la especulación inmobiliaria. Hacer mucho dinero especulando con las casas de la gente. Si yo me dedico a comprar casas, pisos, viviendas, etc, consigo hacer que en el mercado inmobiliario descienda la oferta, y como la demanda es la misma (la gente tiene que vivir en algún sitio), el precio aumenta. Al fin y al cabo se trata de que los que compren un piso se pasen un año o dos más pagando. Eso no les va a matar.

Mucho hemos escuchado sobre la burbuja inmobiliaria, pero ¿sabe ya lo que es? Pues precisamente es esto que acabo de explicar: cómo se «hinchan» los precios de las viviendas de manera artificial, debido a que la demanda siempre es más alta que la oferta. Se basa en el principio que antes he comentado: como es un bien de primera necesidad, la gente no va a dejar de comprar casas. Y si nadie las compran, pues se alquilan y ya está. Porque la gente necesita tener un espacio donde vivir. Pero además, la burbuja inmobiliaria se basa en otro principio, que es falso: siempre hay alguien dispuesto a pagar un poco más por la misma vivienda.

Durante años he visto cómo muchos de mis amigos se lanzaban a comprar un piso, con el lema de «los precios no dejan de subir; si no compramos ahora, luego será más caro». Se daba por sentado que los precios siempre iban a subir. Se respondía al falso principio de que «siempre hay alguien dispuesto a pagar un poco más». Bajo ese lema, promovido seguramente por los propios especuladores, miles, quizá millones de jóvenes españoles han caído en una terrible trampa. Y como ellos cientos de millones de personas en todo el planeta. Porque la burbuja inmobiliaria, queridos amigos, no es un fenómeno exclusivo de España. No somos tan originales. Antes que la nuestra, exploto lá burbuja inmobiliaria estadounidense, seguida de cerca por la británica. Hace unos años ocurrió lo mismo con la japonesa. Y desde hace relativamente poco se están gestando burbujas inmobiliarias en Marruecos, Polonia, Rusia y Rumanía. Hay que añadir que casualmente, la caída de la economía japonesa -hayá por la década de los noventa- coincidió con el estallido de su burbuja inmobiliaria. Y más recientemente, el estallido de las burbujas inmobiliarias británica y estadounidense fueron los primeros signos de la crisis que ahora vivimos.

Esto, ni más ni menos, es la especulación. Es un medio completamente legítimo de hacer dinero, pero desde luego no es precisamente ético. Así, prácticamente sin inmutarse, mucha gente ha hecho mucho dinero. Ha hecho mucho dinero a costa del esfuerzo de mucha gente, de la gente como tú y como yo. Mientras que tú y yo tenemos -o teneis, los que aun conservais vuestro empleo- que levantaros todas las mañanas muy temprano para ir a trabajar, perder entre una y dos horas al día de vuestro tiempo sólo en llegar o regresar de vuestro puesto de trabajo y encima tener que aguantar a vuestro jefe durante ocho o más horas al día, una serie de personas sólo tienen que levantarse a la hora que quieren, encender su ordenador y comenzar a ganar el dinero que vosotros les estais generando, casi sin inmutarse, casi sin moverse de su asiento. Mientras nosostros tenemos que hacer cuentas para poder salir a cenar una noche al mes, ellos pueden dedicarse a tostarse mientras navegan con sus yates. Y eso sólo porque han decidido que todos nosotros somos unos idiotas dispuestos a pagar lo que sea. Y ellos unos listos, que nos venden lo que sea.

Así estamos. En la próxima entrega hablaré de la desaparición de la clase media. Hasta entonces, saludos.




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