Archivo de diciembre 2009

19
Dic
09

La cumbre de la vergüenza

Van a matar a tus hijos. Así de sencillo. Anoche se ratificó en Copenhague que la humanidad no puede confiar en la política. Nos conducen al desastre, al abismo.

Anoche se acababa el tiempo. Era la última oportunidad, la última posibilidad de organizarnos para que tus hijos no se mueran. Pero cinco políticos decidieron que el dinero a corto plazo es más importante que la vida a largo plazo. Pan para hoy, y que se jodan mañana.

Anoche se demostro que la gran esperanza negra es una farsa, que sólo tiene palabras vacías y que es una decepción para el mundo. Otra más. Me he cuidado mucho de no hablar sobre Obama, esperando a juzgarlo por sus resultados y no por sus palabras. Y decepción es la sentencia. Ya da igual qué es lo que haga el resto de su mandato: él ha sido uno de los partícipes, él ha dado el visto bueno al fin del mundo.

Si tienes un hijo de 5 años, será mejor que te sientes con él, le mires a los ojos, e intentes explicarle que seguramente, cuando tenga 40 años, tenga que pagar un impuesto por poder respirar. Que seguramente no va a poder tener hijos, porque hemos consumido todos los recursos que nos tocaban y además los de él y los de sus posibles hijos. Que hemos preferido arrasar selvas para criar vacas y así poder comer hamburguesas a hacer el sacrificio de cuidar un poco las cosas para que no tenga que perder su casa en un huracán. Cómo explicarle que decidimos quemar petroleo para tener teléfonos móviles que sonaran con músicas estúpidas antes que preferir que ellos puedan beber agua pura sin usar filtros. Cómo explicarles que no pudimos renunciar a la Wii, la X-Box o la Play Station III, ni aunque eso significara un enorme derroche de energía y de materia prima, aunque eso significara niños como él trabajando 16 horas al día, auque eso singnificara envenenar los océanos. Cómo explicarle que él no podrá bañarse en las playas que tú conoces, porque se las comerá el mar.

Ayer los políticos demostraron que no saben gobernarnos. Ayer demostraron que los números, las encuestas y los balances son más importantes que sus propios hijos. Ayer decidieron que tendremos que pagar un impuesto por respirar, no inmediatamente, pero sí dentro de algunos años.

Anoche se agotaba el tiempo. Ya llegábamos tarde, pero algo podía hacerse. El esfuerzo era enorme, es cierto, pero necesario. De la misma manera que una persona puede dejar de fumar y llevar una vida mucho más placentera, también el mundo podía haber organizado las cosas para no destruir más de lo estrictamente necesario y poder seguir disfutando del mundo. Pero no, anoche los políticos decidieron que el dinero y el mercado están por encima del sentido común y de la responsabilidad. Porque la palabra clave es responsabilidad. La responsabilidad de tomar las medidas oportunas para que el mundo siga siendo un lugar habitable. No estoy diciendo bonito. Estoy diciendo algo tan básico como que una persona pueda tener una vivienda con la suficiente certeza de que unas inundaciones por unas lluvias torrenciales no van a dar al traste con el esfuerzo de toda una vida, como ya ocurre con espeluznante frecuencia en todo el mundo desde hace unos años. Estoy hablando de algo tan básico como de no sufrir inviernos de temperaturas de 10 grados bajo cero en el Mediterraneo, y veranos asfixiantes en Escandinavia. Estoy hablando de algo tan básico como de poder comer pescado, respirar aire sin tener que pagar por él o beber agua sin tener que filtrarla. Estoy hablando de algo tan básico como que la lluvia no queme, que pueda uno salir un día soleado y sentarse en una terraza sin tener que embadurnarse el cuerpo en cremas para evitar el cancer de piel. Todo eso se lo vamos a negar a nuestros hijos. Todo eso se lo vas a negar a tus hijos. Porque la decisión ya está tomada. La tomaron anoche en Copenhague.

Yo os invito a no dejar que se salgan con la suya. Os invito a joderles la vida a ellos también, a que el tiro les salga por la culata. Os invito a envenenar los océanos, a quemar los bosques, a no dejar viva ni una planta en este planeta. Puede parecer exagerado, pero no lo és. Anoche firmaron un acuerdo por el cuál ellos van a permitir a las empresas hacerlo así. Han dejado manos libres a las empresas para acabar con todos los recursos lo antes posible. Esa es la gran vergüenza. ¿Por qué no acabar entonces nosotros antes con todos los recursos?

Porque la responsabilidad última de que el mundo se vaya a la mierda, de que tu hijo de cinco años no pueda tener hijos, de que no pueda salir a sentarse en una terraza en un día soleado, de que no existan las playas porque se las ha tragado el mar, de que tenga que pagar por el aire que respira o de que no pueda beber de una fuente si tiene sed no es sólo de los políticos que ayer firmaron un papel vergonzoso. La responsabilidad -y ya es hora de que alguien te lo diga- es tuya. Y mía. Y de tu mujer, y de tus propios hijos. Lo que ayer se demostró en Copenhague es que el mercado está por encima de cualquier otra prioridad. Pero el mercado eres tú, y soy yo, y somos todos. Ninguna empresa se dedicaría a arrasar las selvas para criar vacas con las que hacer hamburguesas si la gente no comiera hamburguesas. Ninguna empresa arrojaría al mar agua contaminada (que pasa luego al organismo de los peces, los mismos peces que luego tú te comes) por los residuos de la producción si no tuvieran compradores para los que producir. Si una fábrica china no vende todos esos estúpidos gatitos dorados que mueven la pata, no produciría tantos, con lo cual no gastaría tanta energía y por lo tanto no quemaría tanto petroleo. Si no viviéramos todo el día enganchados al televisor, a la consola y al ordenador, no se fabricarían tantas consolas, ordenadores y televisiones, no se gastaría tanta energía y tantos materiales en producirlos, y por lo tanto nos ahorraríamos mucha contaminación y muchas materias primas. Si no gastars tu dinero en esa cantidad de chorradas inútiles que no te hacen feliz, si tan sólo unos cuantos nos decidiéramos a no hacer todo eso, las cosas serían de otra manera.

No te engañes: el mundo se va a la mierda porque hemos decidido mandarlo a la mierda. Con cada hamburguesa que te comes -¿Te hace realmente feliz comer una hamburguesa? ¿De verdad? ¿Con lo que engorda? ¿Te llevas el resto del día con una sonrisa en la cara, recordando el momento en que la engullías?-, con cada hora que pasas jugando a la videoconsola -algo muy maduro y muy sano, pasar el tiempo libre intentando vencer a un programa de ordenador en lugar de reirse con los amigos por ahí y tener vida social; ¿te sientes más feliz ganándole al tenis a una máquina que jugando de verdad al tenis con un amigo?; ¿tan baja autoestima tienes que necesitas reafirmarte humillando en un juego estúpido, que además es virtual, a tu novia o a tu mejor amigo?; ¿de verdad te hace feliz una consola (que como su propio nombre indica sólo sirve para consolar vidas vacías)? – o cada hora que pasas viendo la tele -que es desde luego el entretenimiento de las personas inteligentes, ¿verdad?, de las personas con vida social, o mejor dicho, con vida, ¿cuántas horas ves la televisión al día, y cuántas de ellas te hace realmente feliz?-, con cada nuevo teléfono móvil o cada estupidez que compras -por supuesto que es absolutamente necesario para ser feliz que tu teléfono móvil tenga pantalla tactil, música, cámara de video, juegos y cualquier gilipoyez nueva, ¿verdad?; no hay más que salir a la calle y ver que todo el mundo tiene uno y que todo el mundo es terriblemente feliz; y por supuesto que no es de estúpidos tener un teléfono móvil así, es algo muy útil, yo uso constantemente la cámara de video de mi teléfono móvil, los juegos, la conexión a internet (porque cómo va a poder sobrevivir la gente sin saber en cada minutos qué es lo que estoy haciendo)…; eso no tiene nada de malo, ¿verdad?, no significa para nada que mi vida sea una mierda y la intente llenar de tecnología; yo sencillamente soy una persona feliz, como las de los anuncios de esos teléfonos móviles-, con cada coche 4×4 que te compras -es que son completamente necesarios para moverse por la ciudad y poder mirar a los otros conductores desde una posición dominante, no son nada estresantes, no gastan casi nada, son fáciles de aparcar y aunque aun no lo he usado fuera de una carretera, algún día iré al campo para poder decir que me ha hecho falta alguna vez; es completamente falso que me compre un coche así porque soy un capullo infeliz que vive una vida estresante o aburrida y quiera ponerle una pincelada falsa e idiota de aventura-, o más aun, con cada coche que te compras -¿pero es completamente necesario de verdad ir en coche a trabajar? ¿no puedes usar el transporte público (con la de dinero que se ahorra uno en transporte público)?-… con cada uno de esos detalles estás cargándote el planeta. Estás jodiendle la vida a tus hijos -si es que los tienes, o alguna vez los tienes-, o incluso te estás judiendo a ti mismo en el futuro. La responsabilidad no es sólo de los políticos. La responsabilidad es de todos, empezando por ti.

Te propongo algo: cada vez que vayas a comprar algo, párate a pensar si realmente te hace falta, si realmente es necesario. Si tienes que pensarlo más de un segundo, entonces es que no te hace falta. Estás intentando convencerte de que lo necesitas, pero en el fondo sabes que no lo necesitas. Al menos sé sincero contigo mismo, y no te mientas. Dite a ti mismo que lo compras porque te da la gana, porque quieres, pero no porque lo necesites. Entonces quiero que sepas algo: tu vida apesta. Sí, así de sencillo. Nada de lo que compres te va a hacer feliz. Nada. Eres un idiota. O una idiota. Sólo algunos productos de tipo cultural pueden realmente hacerte feliz por un rato, pero eso es un sucedaneo de felicidad. La verdadera felicidad no está dentro de ninguna consola, de ningún móvil lleno de pijadas, de ninguna hamburguesa -o pizza, o tarta de chocolate-, en conducir un 4×4, un descapotable, o sencillamente conducir. La verdadera felicidad está a años luz de distancia de cualquier chorrada que puedas encontrar en uno de esos bazares orientales, en las estanterías de Ikea, de LiDL o de cualquier supermercado. Todo eso son sacaperras, ilusiones, mentiras. NADA DE LO QUE COMPRES TE VA A HACER FELIZ. Ahora, si quieres, puedes seguir siendo idiota y seguir regalándole el dinero (ése que tanto te ha costado ganar) a algún tio listo que te vende humo, pero que sepas que eres un idiota.

¿Significa eso que no puede ser uno feliz gastando? ¿Acaso no se lo pasa bien uno jugando a la Wii con unos amigos, o tomándose unas cervezas en una terracita con su pareja, o de viaje con los colegas…? Sí, por supuesto. Pero la clave está precisamente en que los otros están ahí. Nada de lo que puedas comprar puede sustituir a los demás. Nada. Y siempre podrás ser igual de feliz con tus amigos, haciendo algo más barato. La felicidad no está en lo que consumimos, sino en lo que experimentamos. Y las experiencias en común siempre son más placenteras que en soledad. Y más sanas. Y más baratas. Y más ecológicas.

Anoche se firmo en Copenhague que somos una sociedad idiota. Y no sólo porque prefiramos el mercado a la supervivencia. Somos una sociedad idiota porque nos venden una estrella y nosotros pensamos que la felicidad se puede comprar. Sómos una sociedad idiota.




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