Archivo de enero 2006
Sobre Matrix y su relación con el Statut, la asanblea de Batasuna y los paleles de Salamanca.
Francotiradores (II).
Querido Libertario:
Sinceramente, no esperaba una reacción así. Se ve que escriba uno lo que escriba, va a levantar suspicacias.
Vaya por delante mi más profundo respeto hacia tu postura, y mi más sincero deseo de que te libres de la adicción al tabaco.
Para empezar, parece que no estoy dotado para la ironía. No pensaba escribir sobre una ley que no me afecta demasiado. No soy fumador, y la verdad, tampoco me molesta que fumen a mi alrededor. Pero hace alrededor de un mes tuve la “oportunidad” de tener una discusión con el dueño de un bar, fumador por más señas, que se veía obligado a hacer reformas en un local que no era de su propiedad para poder cumplir la ley. Se jactaba de que pensaba hacer caso omiso de ella. Pero no fue eso lo que me resultó intolerable, por grave que fuera. Lo que me parecía algo atroz era la explicación de su posición. Invocaciones a la libertad, a costumbres centenarias, al derecho de cada persona de hacer con su salud lo que le venga en gana, y ya cuando se quedaba sin argumentos el “fumo porque me da la gana, y si te molesta te jodes”.
Detrás de todo esto, más que un problema de adicción, veo un problema de educación o de convivencia. Por supuesto que hay (no puede ser de otra manera) fumadores muy considerados y educados, que te piden permiso antes de encender un cigarrillo o que esperan a estar en un lugar abierto para hacerlo. Pero también hay el típico fumador egoísta al que le da exactamente igual estar delante de un bebé de unos meses, en un hospital, en un ascensor o en cualquier lugar en el que haya mucha gente y poco espacio, el que como “no puede con el mono” y enciende su cigarrillo sin importarle la gente que haya alrededor.
Téngase en cuenta un detalle. Yo jamás hablo del fumador en mi artículo anterior. Sólo lo pongo al final, precisamente, como una pequeña broma, como un guiño a los fumadores, a los que empieza a considerárseles apestados. Al final, hasta el francotirador, por motivos de lo políticamente correcto, termina haciendo víctima propiciatoria al fumador, que como bien dices, ya es bastante víctima.
Al que critico, y con saña, es al fumador que, aunque no de palabra, demuestra con su actitud que pasa de todos, que por delante de cualquier cosa está él, y que lo que le moleste a los demás nada le importa. Critico a esa gente que sale de su casa y enciende un cigarrillo en el ascensor, como si no pudieran soportar los veinte segundos que va a tardar en estar en la calle, al que llega a tu casa y, sin pedirte permiso, se pone a fumar, al que no espera a que los demás hayan terminado de comer para ponerse a fumar (eso sí, ellos ya han terminado de comer, faltaría más). Me jacto de ser una persona que odia generalizar, y nunca meto a todo el mundo en un mismo saco. Los prejuicios me parecen algo abominable, y por ello no hablo de fumadores, sino de desconsiderados.
Pretendía que el alegato resultara irónico. Lo siento si no lo he conseguido. Lo que critico es esa actitud que tienen algunos (y créeme si te digo que yo cosas parecidas sí las he escuchado) de que a ellos el vicio nadie se lo quita, sin pararse a pensar que una cosa es defender su derecho a consumir una sustancia legal y otra muy distinta es el de hacer ese consumo de manera educada y con consideración hacia los otros. Porque puestos a entrar en el debate (y es algo que no quería hacer), me gustaría saber si el derecho a consumir una sustancia legal pero dañina está por encima de mi derecho a la salud.
En el fondo de todo esto hay un doble problema. Por un lado, el de la convivencia. Durante siglos se ha mantenido una cierta convención social que ahora se ha demostrado que es dañina. No quiero ni mucho menos compararlo con la atrocidad que es el maltrato doméstico, no pienso que un fumador pueda compararse con un ser tan abominable como un maltratador, pero sí me gustaría que por un momento pensemos en cómo, en muy pocos años, hemos pasado de la indiferencia a la reprobación en el caso del maltrato doméstico. Había machistas, repugnantes, que incluso se jactaban de “mantener a raya a la parienta”, de “llevar los pantalones en casa”. Ahora, afortunadamente, estas actitudes tienden a desaparecer (aunque lentamente, por desgracia) y en cualquier caso ya son muy pocos los que se pavonean de una actitud similar. Salvando el avismo que supone el drama social de la violencia de género, que no tiene nada que ver con el tema, lo que sí veo es una similitud en la mecánica de los comportamientos. Ni todos los hombres pegamos a las mujeres, ni todos los fumadores son unos desconsiderados. Pero al igual que, cuando empezó a verse una verdadera revolución social entorno a la violencia doméstica, algunos trogloditas se enrocaban en su posición misógina y tuvieron que ir cambiándola con el tiempo, ahora que empieza a ver una verdadera ofensiva contra el tabaco, aquellos fumadores egoístas y desconsiderados van a tener, con la ley en la mano, que replantearse su actitud. Es una cuestión de respeto. Yo respeto tu adicción en tanto y en cuanto tú respetes mi derecho a decidir sobre si el aire que ambos respiramos puede estar cargado de partículas contaminadas. Las cosas sólo se cambian empezando por cambiar actitudes, y las actitudes se cambian cuando en conciencia se descubre el mal que se está haciendo. No sé si alguna vez te has parado a pensar que, además de molestar, el humo de tu tabaco está dañando la salud de los que te rodean, casi tanto como a la tuya propia. Probablemente, si lo has hecho, no digo que te hayas planteado dejar de fumar, pero con seguridad no habrás encendido un cigarrillo sin más, sin preguntar a los que te rodean si les molesta que lo hagas. Hasta ahora, fumar no era considerado algo maligno para los otros, sino tan sólo para el fumador. Una de las cosas que quería dejar claro es que cuando alguien fuma salimos perdiendo todos.
Por eso escogí un caso absolutamente exagerado: el de un francotirador. No comparo a los fumadores con francotiradores (en ningún momento en el texto aparece una afirmación así, y cuando dices que has oido o leido que “un fumador es un francotirador”, no puedes decir que lo hayas leido en mi blog). Comparo la actitud de ciertos fumadores con la de alguien a la que le importa más su placer que el daño que puedan estar realizando a su alrededor. Y la propia intransigencia del protagonista pretendía ser una señal de la poca educación de ciertos fumadores.
El otro problema latente en todo esto es de orden político. Se ha aprobado una ley que, para mi gusto, es bastante atropeyada. Concede muy poco tiempo a hosteleros para que se adecuen a la norma, y a los fumadores no les dan muchas opciones. La situación no me parece buena. Pero “dura lex, sed lex”. Ya está aprobada. No deja de resultarme paradójico que ciertos medios de comunicación estén aun dándole vueltas al tema, creando tertulias, reportajes, etc. En Irlanda, como dices, se aprobó una ley mucho más restrictiva que la nuestra, y aunque la gente se quejó, por lo que tengo entendido todo el mundo asumió la ley y punto. Nada de crear “mal rollo”, no entre fumadores y no fumadores, sino con quien ha hecho la ley. Dado el clima de crispación y de abrir frentes que reina ahora mismo en este país, y considerando a qué partido votan tradicionalmente los empresarios de la hostelería, a mí no deja de parecerme sospechoso toda esta movida. Por eso lo de “guerra civil”, cuando a la hora de la verdad parece que la ley se ha acatado casi sin incidencias. Ese hilo conducía buena parte de mi inspiración.
En definitiva, mi pretendídamente irónica reflexión pretendía ser un punto de partida para eso, para la reflexión. Sé que son muchos los fumadores que se paran los pies por consideración hacia los demás y fuman menos de lo que les apetece cuando están en presencia de no fumadores, en espacios cerrados y en otras situaciones “sensibles”. Pero de entre los que no parece importarles lo que les ocurra a los que le rodean, intuyo que bastantes no es que mantengan una actitud de “me da igual todo”, sino que ni siquiera se les había pasado por la cabeza que lo que hacen pudiera, no ya molestar, sino dañar a los demás.
No recuerdo bien si fue en septiembre, en octubre o en noviembre, pero hace no demasiado tiempo escuché en la televisión una noticia que me resultó tristísima. Un camarero de cincuentaytantos años había muerto en Barcelona a causa de tabaquismo. Lo peor del tema era que el no había fumado en su vida. Trabajaba en un bar-cafetería, y diez horas diarias expuesto al humo del tabaco de sus clientes durante treintaytantos años terminaron siendo letales. No busco culpables, no busco responsables, pero lo que tengo muy claro es que esto demuestra que el tabaco no sólo puede matar al que enciende los cigarrillos y disfruta fumándolos, sino al que tiene que convivir con ese humo en su trabajo sin otro remedio que sufrirlo. Este desgraciado incidente nos pone en alerta respecto de una cosa: hace falta un cambio en las conciencias de la gente. Lo siento mucho por los fumadores, pero van a tener que hacer un esfuerzo. Porque no es admisible que, por una cuestión que considero de educación, tenga que morir gente (y además, de una manera tan espeluznante). Sé que las primeras víctimas son los propios fumadores, pero no es ético que paguen inocentes. Lo primero que hay que exigirle a esta sociedad respecto a este problema es un cambio de actitud, y es lo que quería denunciar, que ese cambio de actitud, que viene forzado por una ley, ya desde el principio ha sido criticado por algunos con argumentos como el del empresario de la hostelería y fumador que me decía aquello de “fumo porque me da la gana, y si te molesta te jodes”. Con cosas como esas hay que acabar. Porque comportamientos como esos son verdaderamente comparables a los de francotiradores.
Esto es increíble. Innombrable. Un atropello a la democracia y a la libertad. Es una caza de brujas. Me recuerda a las persecuciones de las distintas minorías durante toda la Historia por ser eso, minorías.
¿Que a qué me refiero? Pues que yo, como muchos españoles, soy un francotirador. Me encanta ir disparando a la gente a las piernas. Es divertido. Disfruto profundamente disparando a la gente a las piernas. Es parte de mi forma de vida, un derecho inalienable del ser humano, y sé los riesgos que corro al hacerlo, pues como todos saben, el hecho de disparar a las piernas a otros seres humanos durante toda una vida puede provocar cáncer. Pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr, porque me encanta.
Es de todos sabido que desde el 1 de enero de este año de nuestro Señor del 2006, disparar a las piernas de la gente desde el lugar de trabajo es ilegal. Y todo porque nuestro Gobierno, insensible ante este arte, este placer, ha decidido que le resulta más beneficioso curar las heridas y los tratamientos ante el cáncer. ¡Menuda panda de mercachifles! ¡Anteponer el derecho a la salud al derecho que tengo yo, francotirador de toda la vida, a pegar unos cuantos tiritos después de comer, de desayunar o mientras trabajo! ¡Habrase visto! ¡Y todo porque dicen en que los bares y restaurantes hay gente trabajando! ¿La solución? ¡¡Meternos en guetos!! ¡¡Tratarnos como a apestados!! ¡¡Obligar al dueño del local a decidir si su local es para francotiradores o para no francotiradores, a elegir entre la salud de sus empleados y el disfrute de sus clientes!! Y eso en el caso de locales pequeños, que en los de más de 100 metros cuadrados, nos aislan en una zona de tiro en la que hay un blindaje especial para que no podamos pegarle en las piernas al primero que pase. ¡Qué injusticia!
Y los empresarios de la hostelería, ¿con qué cara van a decirle a un cliente francotirador, tal vez cliente de toda la vida, que por favor piense en la salud de sus camareros, sus propios trabajadores, y no les dispare a las piernas? Es natural que protesten cuando tienen que verse en la tesitura de decidir entre dinero y la salud de sus empleados. Totalmente natural.
En definitiva, creo que deberían derogar esta ley, que realmente enfrenta a los españoles. Estamos al borde de otra guerra civil. ¿Quién es el Gobierno para decidir que el derecho a la salud está por encima a mi derecho a disfrutar de una actividad que yo mismo, conociendo sus inconvenientes, decidí practicar? ¿A mí qué la salud de los otros? ¿A mí qué los rumores infundados que dicen que puedo contraer cáncer? ¿Y qué si lo contraigo? Peor para mí.
No lo entiendo. No voy a dejar de disparar a las piernas a la gente, por mucho que se ponga así el Gobierno. Es mi derecho. ¡Vamos, ni que yo fuese un fumador!