Archivo de May 2011

27
May
11

Desafío matemático El País, 26/05/2011.

Como cada semana, llega el desafio matemático de El país.

Y su solución.

22
May
11

#15M: la spanish revolution (2).

Ni soy ningún portavoz de nadie, ni represento ningún colectivo, ni me siento la voz de ninguna comunidad o asociación. Como de costumbre, me limito a dar opiniones. Y lo que viene a continuación es mi opinión sobre lo que quieren (queremos) todos los que en España se mueven estos días.

Cómete una manzana y guarda las semillas. Son semillas idénticas, del mismo árbol. Planta una de ellas en un campo abonado, en una tierra donde dé suficiente luz y llueva bastante, pero sin provocar inundaciones. La semilla germinará, brotará una planta que se convertirá en un árbol. Toma una segunda semilla y plántala en una tierra poco fértil, una de estas tierras amarillas o rojizas. No abones la tierra. Toma una tercera semilla y plántala en un lugar sin luz, con muy poco sol. Toma una cuarta semilla y plántala en un lugar en el que apenas llueva en todo el año, un lugar sin acuíferos. Supongamos que aun así estas semillas logran germinar, sobrevivir y convertirse en árboles.

Pregunta: ¿qué árbol dará mejores frutos y más abundantes?

La juventud española, desde hace ya más de una década, son semillas plantadas en tierras sin abonar, sin luz o sin agua, a veces sin las tres cosas juntas. ¿Cómo se puede esperar que de esas semillas broten los árboles que deben alimentar a todo un país?

Justo antes de que la crisis estallara en el 2007, España llegó a ser la 8ª mayor economía mundial, por delante de Canada, miembro del G8. Incluso a tener en el 2008 una renta per cápita de 35000$, estando en el puesto 27º en el rango del Banco Mundial. Teníamos la tierra bien abonada, suficiente agua y suficiente luz como para criar árboles sanos, fuertes y que dieran abundantes y excelentes manzanas. Pero en lugar de ello, utilizamos esa tierra abonada, esa luz y ese agua para criar flores, mientras que a nuestros árboles los hemos condenado a tierras esquilmadas, sin agua y con poca luz. Y ahora pretendemos además que esos árboles que crecen raquíticos alimenten a la población…

El problema no está en las semillas, no está en la tierra, no está en los abonos, ni en el agua, ni en la luz. El problema está en los que deciden qué y cómo cultivar.

Nosotros, los que nos hemos ido fuera hemos comprobado como con condiciones similares e incluso peóres, otros países tratan mucho mejor a sus jóvenes. Les dan las oportunidades suficientes para que se desarrollen. Está claro que demasiada luz, como demasiada agua o una tierra extremadamente rica pueden quemar la planta. Pero se puede muy bien dar a los jóvenes los suficientes recursos sin escatimar ni despilfarrar. Los que nos hemos ido al extranjero conocemos de primera mano lo que significa ser joven y poder acceder a una vivienda y a un trabajo en condiciones normales, lo que es contar con la suficiente independencia económica como para desarrollar tu propia vida, lo que significa poder vivir sin tener que pensar perpetuamente en cómo llegar a fin de mes.

He leído por ahí artículos de personajes que, pretendiendo hacerse llamar periodistas, hablan de este movimiento como de una pandilla de niñatos perroflautas que lo que quieren es seguir viviendo de papá y del Estado. ¿Qué plazas han visitado estas personas? ¿Con quiénes de los indignados han hablado? ¿A quiénes de ellos han escuchado? Personalmente, no me imagino a ninguno de ellos acercándose a lo que consideran ellos mismos como turba maloliente para intentar saber realmente lo que son y lo que piden. La realidad es que, lejos de ser una panda de hipies antisistema, en la calle se están concentrando cientos de miles de ciudadanos de toda condición y edad, que lo que piden es cambios en la manera de gestionar los recursos públicos.

Cambios en la manera de decidir qué, cuánto, cómo y a quién se destina el fruto del trabajo de todos. Lo que piden estas personas, ciudadanos de toda edad y condición es que nos dejen trabajar a todos. Nadie pide que nos regalen nada. Exigen (exigimos) que nos dejen desarrollarnos en condiciones favorables. Exigimos que la tierra abonada, el agua y la luz no se la queden unos pocos para plantar flores. Exigimos que nos permitan ser árboles sanos para dar nuestros mejores frutos.

Cuando las acampadas terminaron, el movimiento 15-M todavía estaba allí. (Ignacio Escolar.)

21
May
11

El cambio es posible.

¿Quieres cambiar el mundo? ¿Quieres cambiar España? ¿Quieres cambiar la sociedad? ¡Enhorabuena! El cambio es posible. El cambio empieza en ti.

No puedes cambiar el mundo si no cambias tú mismo o tú misma. No puedes exigir a los demás que cambien si no cambias también tú. El cambio acaba de empezar, desde el mismo momento que lees estas lineas, incluso antes, desde el mismo momento que decidiste buscar en internet cómo cambiar. Querer cambiar es el paso más importante. Lo demás es sólo continuar el camino.

¿Cómo cambiar esto? Es muy sencillo. Sólo hay que ser sincero con uno mismo. Y actuar en consecuencia.

Muchas personas se creen en posesión de la verdad, y defienden sus opiniones con uñas y dientes, como si la vida le fuera en ello. Algunas incluso cierran sus oídos cuando, en medio de una discusión, comprenden que han perdido, que le han desmontado lógicamente todos sus argumentos. «Que no, que no, que no», repiten mientras mueven la cabeza de un lado a otro, sin ser capaces de argumentar nada más, sin querer salir de su cómodo entorno mental, amenazado de repente.

Esas personas se engañan a sí mismas. Son incapaces de abrir su mente. En realidad siento mucha lástima por ellas. Son personas que necesitan llevar la razón para poder tener autoestima, que no tienen la fuerza de personalidad suficiente como para afrontar que viven inmersas en una gran fantasía mental.

En la naturaleza hay una ley fundamental que se aplica a todo organismo vivo: aquél que no sabe adaptarse a las nuevas circunstancias de su entorno está condenado a la extinción. Un pez fuera del agua se asfixia, a no ser que aprenda a respirar del aire, de la misma manera que un pájaro se ahoga debajo del agua. Una persona que no cambia cuando las circunstancias cambian a su alrededor, que no es capaz de adaptarse a sus nuevas circunstancias, está condenada a extinguirse.

Dentro de nosotros, en nuestro yo más profundo, hay algo que nos dice qué es lo mejor. A veces no lo escuchamos porque estamos concentrados en otras cosas. Nuestras ambiciones pueden cegarnos y llevarnos por caminos que pueden perdernos. Pero siempre tenemos esa voz interior que nos dice: «esto no es lo mejor». Algunos la llaman conciencia. Otros sentido común. Es esa voz a la que en nuestro diálogo interno tenemos que convencer cuando nos molesta, que tanto nos cuesta convencer, por cierto. Es esa sensación de tranquilidad, de paz, de serenidad, de coherencia que sentimos cuando hacemos algo que sabemos que es lo correcto, aun cuando nos suponga un serio esfuerzo o aun algo peor. Es esa integridad, esa solidaridad con uno mismo, esa capacidad de ver las cosas completamente claras, sin duda alguna y a la vez sin nada que ver con razonamientos lógicos, con la razón, cuando tenemos que tomar repentinamente una decisión dolorosa o peligrosa que no nos gusta pero que sabemos que es lo mejor. Es esa relajación que sentimos en el estómago o en la cara cuando la escuchamos y le hacemos caso. Es esa fuerza que nos empuja cuando empezamos a pensar en abandonar.

Fuerza de voluntad, sentido común, integridad, coherencia, sinceridad con uno mismo… No se trata de ser tonto, de ser un buenazo, de dejar que te coman. Se trata de vivir tranquilo con uno mismo. Luego uno puede ser un Judas, un mierda, un cabrón de mucho cuidado, pero uno siempre debe de estar en paz con uno mismo. Y la verdad es que si uno está en paz con uno mismo, muy rara vez se comporta como un hijo de puta.

Cambia. Escúchate a ti mismo o a ti misma. Descubre lo que quieres, pero no te engañes. Si intentas convencerte de algo, si comienzas un diálogo contigo mismo, si te enzarzas en argumentaciones lógicas para justificar algo, entonces es que no estás haciendo las cosas como debes.

Respétate a ti mismo y habrás comenzado a cambiar el mundo.

El siguiente paso, muy pronto.

19
May
11

#15M: la spanish revolution (1)

Su título original era Brewster’s Millions (1985), pero en España la conocimos como El gran despilfarro. Es una película en la que Richard Pryor interpretaba a un donnadie que, para poder heredar 300 millones de dólares, tiene que despilfarrar 30 millones de dólares en un mes, al final del cual no debe de quedarle nada. Consumismo en grado máximo. Pero tenía algo bueno, una frase que se me quedó grabada, aun cuando yo debía de tener 10 u 11 años cuando la vi: A ninguno de los anteriores. Ése es el lema de la campaña electoral que el protagonista patrocina para agilizar el despilfarro. Financiar una campaña electoral en la que pide que no se vote ni al Patido Republicano ni al Partido Demócrata.

Los defensores de la democracia participativa estamos viviendo unos días –que si no fuera por una desgracia familiar serían– de gran entusiasmo e ilusión, aun para aquellos que, como yo, nos hayamos de autoexiliados políticos a la vez que de emigrantes. Por fin parte de la sociedad de nuestro país ha decidido decir a las claras que no movemos ni un dedo más para que otros se llenen los bolsillos.

Personalmente prefiero la evolución a la revolución. Visto el pifostio que se ha armado en Libia, prefiero con mucho las revoluciones suaves que hemos visto en Tunez o Egipto, que no son otra cosa que nuevos despertares de lo que ya ocurrió en Berlín en el 89 o en la India en el 47. Por eso, lo que está ocurriendo estos días en toda España me alegra y me llena de ilusión.

Para todos aquellos que esteis indignados, cabreados, que tengáis claro que quereis cambiar algo, pero no tengáis aun muy claro qué es lo que podéis cambiar, os animo a seguir leyéndome.

Como la cosa es urgente, no tengo el tiempo necesario para explayarme en mi filosofía de vida ni en pajas mentales. El domingo son las elecciones municipales, y tenemos poco tiempo. ¿Qué puedes hacer tú para cambiar las cosas el domingo? ¿De verdad se puede cambiar algo el domingo?

A ninguno de los anteriores. Vota, sí, pero a ninguno de los anteriores. Ésa es mi sugerencia.

Se acabó el voto útil. El voto útil sólo lo es para ellos. Los unos y luego los otros nos han demostrado que no nos escuchan, que no piensan salirse ni una coma de la letra que les mandan cantar, que de poco sirve votarlos para mejorar las cosas, mejorar nuestras condiciones de vida. A ninguno de los anteriores. No votes a ninguno de lo anteriores. Pero, por favor, vota. Vota, porque la abstención sólo sirve para que nada cambie. Vota, porque nada puede cambiar si no votas. Vota, porque, por desgracia, quien no se expresa en las urnas, no es escuchado.

No votes nulo. No hagas la tontería de meter dos papeletas en el mismo sobre. No cometas la estupidez de escribir algo en el voto. No seas tonto. Votar nulo es, a todos los efectos, exactamente lo mismo que no votar. Si piensas votar nulo, no te molestes en ir al colegio electoral. No te molestes en perder tu tiempo.

No votes en blanco. Votar en blanco es lo mismo que votar por alguno de los anteriores. Es un defecto de nuestra ley electoral. Un voto en blanco es un voto para ellos. Es como decir: me da igual cuál de los dos, el que más votos reciba. Es, por definición, borreguismo puro, votar a quien voten los demás.

Vota en conciencia. Es sencillo, ¿no? Olvídate de quién va a ganar. Ayer Iñaqui Gabilondo decía que cuando uno decide no votar a dos, está votando siempre por uno de esos dos. Se olvida el señor Gabilondo de un pequeño detalle. Si votamos a los partidos minoritarios (con cabeza, eso sí), podemos forzar a uno de los grandes partidos a realizar un viraje en redondo en su política. Aquél de los dos grandes partidos que vea como su electorado natual se diluye, cómo se inclina por otras opciones, comprenderá que ha de rectificar su política.

Si piensas que no se puede hacer nada, si piensas que no merece la pena votar, si crees que pase lo que pase el domingo nada cambiará, ¿qué pierdes yendo a votar? Si no podemos hacer nada, tampoco perdemos nada intentándolo.

Lo que sí es importante es votar en conciencia. La Ley d’Hondt puede perjudicar mucho a los partidos minoritarios si el voto se dispersa mucho. Aquellos votos que vayan a parar a los partidos que no reciban el mínimo imprescindible para obtener representación se comportan exáctamente igual que los votos en blanco, y terminan beneficiando a los partidos grandes, los más votados. Justo lo contrario de a ninguno de los anteriores. Así que mi consejo es que votes en conciencia, pero con cabeza. Infórmate de los programas electorales, sé selectivo, decide tu voto cuidadosamente, y olvídate de cualquier objetivo. Esto no es un partido de fútbol ni una liga. Te están pidiendo tu opinión, así que lo mejor (lo más sensato y lo más íntegro) que puedes hacer es darla limpiamente, sin más. Vota a quien tú creas que piensa más acorde contigo mismo, y olvídate de lo que digan los demás, sobretodo en lo que a quién va a ganar se refiere.

¿Y para qué sirve todo esto? ¿No son sólo unas elecciones autonómicas y locales? Pues para empezar, no es poco. Pero por si aun necesitas motivación, voy a abrir los libros de Historia para recordar lo que ocurrió el 12 de abril de 1931, en unas elecciones municipales que dieron 41 capitales de procincia a las corrientes republicanas, aun cuando el número total de concejales monárquicos fue superior al de los republicanos. Este estrepitoso clamor popular no cayó en saco roto, y tan sólo dos días después se proclamaba la IIª República Española. Para que veáis si unas elecciones municipales pueden o no cambiar algo.

España necesita cambiar, y el cambio comienza en ti. El futuro que nos espera está en nuestras manos. El domingo, con tu voto. Pero no sólo entonces y allí. Vivimos en medio de una crisis, que es mucho más que una crisis económica. Vivimos en una crisis social, una crisis de la que sólo saldremos cuando cambiemos todos. Porque crisis significa cambio, y quien no cambia cuando las circunstancias cambian, está condenado a la extinción. El cambio empieza en ti. No es fácil, pero no es ni mucho menos imposible. Todo es intentarlo, y no rendirse. Pero de eso será mejor hablar en otro momento. Hasta entonces, recuerda: a ninguno de los anteriores.

19
May
11

Desafío matemático de El País, 19/05/2011.

Aquí aparece el desafío de esta semana.

La solución.

14
May
11

Desafío matemático El País, 12/05/2011

Desafío matemático de esta semana.

Y su solución.

06
May
11

Desafío matemático de El País, 05/05/2011.

Con un poco de retraso, aquí llega el desafío de esta semana. Ni siquiera he tenido tiempo de verlo aun. Espero que lo disfrutéis.

03
May
11

Desafío matemático de El País, 28/04/2011

Aquí traigo el desafío de esta semana, calentito, calentito.

La solución.

Quiero agradecer a todos los que entran en mi blog para leer el desafío cada semana (y alguno parece que se ha enganchado al resto del blog). He de decir algo obvio, pero no por ello he de callarlo: yo soy un mero repetidor aquí, que sólo enlaza el contenido. Al menos, de momento. En estos momentos (y al menos hasta principios de junio) estoy demasiado ocupado para comentar los problemas y sus soluciones, algo que me encantaría hacer. Tal vez más adelante.

El interés despertado por la serie de desafíos me ha hecho pensar en mantener una sección fija (tal vez mensual) de problemas interesantes y asequibles a cualquiera sin conocimientos matemáticos profesionales. Cuando terminen los Desafíos de El País, seguramente me decida a hacerlo.

Un saludo a todos.

02
May
11

Derechos torcidos.

Extracto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Asamblea General de las Naciones Unidas. Resolución 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948. París.

«Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.
» (Artículo 2.)

«Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.» (Artículo 3.)

«Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.» (Artículo 10, párrafo 1.)

La democracia es aquél sistema político basado en el escrupuloso respeto y la encendida defensa de los Derechos Humanos. La idea esencial es que nadie tiene derecho a pasar por encima de los Derechos Humanos de otra persona, y que si lo hace, ha de ser juzgada y –en caso de ser encontrada culpable– condenada por ello, pero siempre bajo el imperio de la ley. Y así ha de ser, con completa independencia de los crímenes de los que se acuse a dicha persona, y con independencia de que esa persona haya manifestado su culpabilidad.

La diferencia fundamental entre la democracia y cualquier otro sistema político es que en democracia existe un escrupuloso respeto por las normas. Y si la norma dice que TODA PERSONA TIENE DERECHO A UN JUICIO JUSTO, por mucho que nos duela hacerlo, por mucho que nos gustaría a todos pagarle con la misma moneda, no podemos saltarnos la norma.

Si la norma permite a un violador de menores o a un asesino salir a la calle tras cumplir su condena (o la parte de la condena que las normas estipulan como de obligado cumplimiento), la obligación de un sistema democrático es cumplir sus propias normas, por mucho que nos duela. Otra cosa muy distinta es que el sistema se asegure de que esa persona no vuelva a delinquir, pero siempre observando un escrupuloso respeto de las normas democráticas.

La esencia de la democracia es exactamente ésa: la ley está por encima de cualquier consideración particular, y ha de cumplirse para todos por igual. Y, por pura humanidad, sólo deberíamos considerar posibles excepciones para ablandarla, nunca para permitir un comportamiento más duro y restrictivo que la propia norma. Porque las leyes no nos dicen qué es lo que podemos hacer, sino qué es lo que no podemos hacer. Para todo lo demás, somos completamente libres. E iguales ante la ley.

Cuando un sistema democrático, una nación que presume de ser democrática, se salta los propios principios que la inspiran y pisotea los Derechos Humanos, todos y cada uno de los seres humanos salimos perdiendo. Porque cuando una persona o una nación decide saltarse sus propios principios para actuar al margen de ellos, sienta un peligroso precedente. Los principios son eso, principios rectores de nuestro comportamiento. Una persona que se comporta rompiendo uno de sus principios, es una persona rota. O bien se arrepiente inmediatamente de ello –con lo que se siente rota–, o bien decide convencerse a sí misma de que nada pasa por romper con ese principio, y se rompe por completo.

Hay algo muy curioso en no ser honesto con uno mismo, en actuar más allá de los propios principios: uno necesita justificarse, convencerse a sí mismo de que lo que ha hecho es correcto, que no cabía otra opción. Uno apela a la lógica, a las palabras, al discurso, para justificarse. ¿Por qué esa necesidad? Porque en el fondo uno sabe que no ha actuado de manera correcta. Uno necesita acallar la conciencia, y lo hace no dejándola hablar. La conciencia está más allá de la lógica. La conciencia no sabe de silogismos ni de la coherencia interna de un discurso. La conciencia sólo comprende su propia coherencia. Es imposible convencer a la propia conciencia de que lo hecho era la única opción posible. La única posibilidad que contempla quien no puede acallar su propia conciencia, pues, romperla, romper con los principios, asesinarla.

Hoy la democracia ha perdido su coherencia. Hoy se ha cometido un crimen de estado. Hoy se apela a la razón de estado, a la sangre derramada, a la culpabilidad manifiesta y declarada para justificar lo injustificable: que la primera potencia del mundo, la que presume ser la abanderada de la democracia, ha cometido un acto de verdadero terrorismo de estado y ha pasado por encima de la Declaración de los Derechos Humanos.

Considero personalmente a Bin Laden como un deleznable loco, un fanático ciego de ira que ha hecho muchísimo daño a la humanidad. Pero creo que lo único coherente que los demócratas de todo el mundo podíamos hacer era denunciar ante Paquistán la situación, y que fueran las fuerzas de seguridad paquistaníes las que detuvieran a Bin Laden, para luego entregarlo a la justicia norteamericana, y que los jueces decidieran, en juicio justo y en base a la ley, qué castigo debería inflingírsele.

No soy un iluso. No se me escapa cuál hubiera sido su destino. Soy perfectamente capaz de imaginar las terrible dificultades que todo esto supondría. Pero no soy yo quien decide esas dificultades. Son las dificultades inherentes a las circunstancias, y al escrupuloso respeto de los Derechos Humanos. Son dificultades inherentes a la democracia.

Podrá decirse que este caso era excepcional, que las circunstancias eran completamente excepcionales. Pero si las circunstancias excepcionales justifican medidas excepcionales, entonces estamos perdidos. El mundo está lleno de personas en situación excepcional. ¿Quién decide lo que es lícito en una situación excepcional? ¿Quién decide qué es una situación excepcional?

Lo peor de todo esto es que al saltarnos los Derechos Humanos, damos alas a aquellos que no los respetan. Si nosotros, los demócratas, no respetamos los Derechos Humanos bajo cualquier circunstancia, entonces los Derechos Humanos no tienen sentido. Si somos tan poco honestos como para decidir que los Derechos Humanos no son inalienables y que, en contra de los que ellos mismos declara, existen circunstancias en las que pueden ser escamoteados, entonces la democracia no tiene sentido ni fundamento alguno. Y por lo tanto tampoco tiene legitimidad el regimen que sostenga tal falacia.

¿Con qué legitimidad podrá ahora Obama hablar de Derechos Humanos con China, Cuba o Irán? ¿Con qué autoridad moral puede ahora pretender que se realicen juicios justos a cualquier preso político, acusado de enemigo del Estado?

Hoy es un día extraño. Ha muerto un loco asesino, un peligro para la humanidad, un fanático que ha sembrado la muerte y la división, el recelo, el miedo y la angustia por todo el mundo. Pero para desgracia de la demoscracia, ha muerto en un acto de terrorismo de estado por parte de los que dicen ser garantes y guardianes de la democracia, y que sin embargo han demostrado, una vez más, que no tienen el más mínimo respeto por los Derechos Humanos.

01
May
11

El verdadero partido del siglo

Como no estoy en España no puedo medir por mí mismo el pulso de la actualidad allí, pero por lo que leo los medios de comunicación y conociendo el percal, puedo imaginar que en los últimos días se ha hablado mucho de fútbol. Yo sólo he escrito una vez sobre fútbol, y no pensaba volver a hacerlo. Pero creo que ha llegado el momento de poner ciertas cosas por escrito.

Soy una de esas personas a las que el fútbol se la trae bastante al fresco. No digo que no me emocione ver un buen partido, pero por lo general, me aburre. Tuve incluso mi época en la que despreciaba todo lo que tuviera que ver con ese deporte. Tampoco he mantenido durante mi vida una fidelidad inamovible a cierto equipo o a ciertos colores. Me he sentido durante distintos periodos seguidor del Madrid, del Barça, del Atlético, de la selección y del Cádiz, aunque, como digo, mi desinterés es bastante amplio. A veces los lunes miro los resultados de los partidos y la clasificación, especialmente por si ciertas personas se han llevado una alegría. De todas formas, como decía antes, eso no significa que no haya vibrado y disfrutado mucho con ciertos partidos, cuando me he dejado llevar por la emoción y la pasión. La sensación de ver que el equipo al que apoyas finalmente logra marcar un gol y ganar un partido… Bueno, supongo que todos sabemos lo que es eso, no hace falta que redescubra la rueda.

En cualquier caso siempre he tenido algo en contra del fútbol. Un cierto sector de mis amigos –no precisamente minoritario– son de los que piensan que el fútbol embrutece, que no es más que un medio de distracción y manipulación, que crea división y que fomenta artificialmente un sentimiento de patria, nación, seguimiento ciego, no lejos del fanatismo religioso o patriótico. El hecho de que las aficiones se enfrenten más allá del césped y de que la violencia a veces termine por producir desgracias –algo casi inédito en otros deportes–, de que los estadios se llenen de banderas, muchas veces de ideología extrema, las manifestaciones racistas…

El fútbol es un deporte, pero también es un espectáculo. Es el circo de nuestros tiempos. Pero también es más cosas. Es –y lo digo no como una metáfora, sino completamente convencido de ello– una nueva religión. Fidelidad a unos colores, pertenencia a un clan, inculcación de padres a hijos del amor a ciertos colores, rito semanal, el club como deidad, los jugadores y su entrenador como sacerdotes… He visto romperse amistades por el fútbol, y ni siquiera ninguno de ellos jugaba.

Con esa idea en la cabeza, es fácil entender lo que está ocurriendo en España estos días. Los dos grandes dioses de la religión futbolística española (y europea) se han medido varias veces en poco tiempo. Por un lado, el rey de reyes por antonomasia, pero que se encuentra en momentos bajos. Por el otro, su eterno rival, que vive el periodo de mayor éxito de su historia. Por si fuera poco, los medios de comunicación se encargan de azuzar a los fieles, mezclando negligentemente la política con esa nueva religión…

Yo, como mero espectador distante, sólo veo dos conjuntos de jugadores que se enfrentan, con dos técnicos que los dirigen. Y como yo, todos los demás infieles. Y qué quieren que les diga: polémicas aparte, al resto de impíos hay una de las deidades que les resulta más honrada que la otra.

No puedo concebir que la misma prensa y la misma afición que siempre atacó el estilo de juego de Italia, del catenazzo, de encerrarse atrás, del juego sucio y bronco, que defendió, admiró y sucumbió ante el juego minimalista, preciso, precioso, alegre y espectacular de la Roja, ahora sea la misma afición y la misma prensa que, donde dije digo, digo Diego, y justifique como estrategia válida lo que sólo hace diez meses denostaba. La Suiza transmutada de Italia que nos hizo perder el único partido en Sudáfrica o la patada de De Jong a Xavi Alonso se basan exactamente en la misma filosofía de juego (de no juego) que la de cierto entrenador de cierto club al que ahora se le defiende a capa y espada. Y como yo, tampoco lo entienden los espectadores ajenos a la mitología interna del choque, los alemanes y extranjeros con los que a diario me relaciono. Para ellos no existe diferencia entre el juego de la Roja y el del Barça. Y ellos tienen claro algo que, de puro obvio, nadie en el club blanco quiere admitir, precisamente por esa ceguera de fanatismo religioso: que han vendido su alma al diablo, y encima no les ha salido bien la jugada.

Tengo un amigo que decía que uno no juega para perder, sino para ganar. Dice que lo importante no es participar, sino ganar. Y supongo que eso es lo que condena al Madrid.

El fútbol no es una religión. El Madrid no es un dios, ni el Barça, ni siquiera la selección lo es. El fútbol es un juego, un deporte. Y sobretodo, es un espectáculo. Cuando un lego en materia futbolística ve ciertos vídeos de ciertos goles, independientemente del color de la camiseta o del nombre del que realiza esas maravillas, no puede menos que emocionarse. Algo que provoca una emoción es algo muy cercano al arte. Y eso es la esencia del espectáculo. Cuando veo una jugada en la que Pelé, o Maradona, o Villa, o Mágico Gonzalez se escapa de unos cuantos jugadores, hace virguerías con el balón y encima la cuela en el fondo de la red, incluso un profano infiel como yo se admira. Y me da exactamente igual cómo haya quedado al final el partido. De la misma manera que cuando veo un partido de baloncesto –deporte al que soy bastante más aficionado– y puedo presenciar un triple, un mate o una jugada espectacular, algo se mueve dentro de mí, y disfruto con ellos, con independencia de cómo haya terminado el encuentro.

Puede que muchos consideren –aun sin saberlo– al fútbol como una religión, pero el fútbol es un espectáculo, y por eso el equipo que hace espectáculo tiene el apoyo de quienes no nos sentimos influenciados por cuestiones de colores. Pero aun hay algo más, y es esa la razón de que escriba hoy esto.

El fútbol, aun más incluso que religión o que espectáculo, es un deporte. Es una actividad física y lúdica. Pero, como todo deporte, es una forma de educación. En España hemos ignorado siempre el componente educativo que tiene el deporte. Para nosotros educación física nunca ha sido algo importante, más que como una manera de tener entretenidos a los chavales. La educación física es mucho más que ejercicio. Además de ser una manera de pretender lograr que los chicos adopten una serie de hábitos saludables y sanos, es la expresión de otra meta importante.

Educación física es educar a través del deporte. Se basa en las ideas del olimpismo y del Barón de Coubertin, en educar en el respeto mutuo, la integración, la igualdad, la solidaridad, la convivencia pacífica, y también en la formación del carácter, el poder del esfuerzo, del sacrificio, de la fuerza de voluntad, de la autosuperación, de la autoconfianza y la autoestima… La educación física es –o ha de ser– una educación en valores, capaz de generar personas maduras, sensatas, dispuestas a esforzarse por conseguir sus objetivos, dispuestas a luchar por un sueño. La finalidad de la educación física –y por extensión, la del deporte– no es sólo la de mantener a los chicos sanos y quemar las grasas con las que los Bollicaos y las Play-Stations los vuelven obesos. La finalidad de la educación física y del deporte es la de mostrar a los chavales que con esfuerzo, dedicación y determinación, todo es posible. Enseñarles que ellos no son unos escuálidos debiluchos, sino que son personas en desarrollo. Enseñarles que lo que les parece un mundo, como correr 2 kilómetros, a base de entrenamiento, de esfuerzo, de dedicación, de trabajo, se hace realidad y se consigue. Y si uno consigue correr 2 kilómetros, también consigue, si se lo propone, sacar un doctorado. Se trata de demostrarles a los chavales que el esfuerzo sí tiene recompensa, que la dedicación, la autodisciplina, el trabajo sistemático, la perseverancia, tarde o temprano terminan por dar sus frutos. Se trata de que comprendan que los límites se los impone uno mismo.

Pero no sólo eso. El deporte también es una manera de comprender a los demás. Quien conoce el valor del esfuerzo, comprende el valor del esfuerzo ajeno, y lo respeta. Quien sabe lo que se sufre al conseguir batir las propias marcas, al superar los propios límites, al conseguir un paso más allá, no puede menos que reconocer el valor del esfuerzo de los que se quedan atrás. Eso es un enorme ejercicio de humildad, de respeto y de honestidad con uno mismo: reconocer la valía del rival. El rival no es un enemigo, sino que puede ser un amigo. De hecho, puede llegar a ser el mejor de todos los amigos.

El deporte también nos enseña lo que es la integración, el trabajo en equipo, la búsqueda de la mejor función para cada individuo, de manera que el resultado sea el mejor para todos. El deporte nos enseña a valorar que sin los demás, no somos nada, por muy bien que hagamos lo que sabemos hacer.

El deporte es un modelo de valores. ¿Qué valores pretendemos que sirvan como modelo a nuestra sociedad, a nuestro país? ¿El del trabajo bien hecho, el reconocimiento del esfuerzo, la excelencia conseguida a base de tesón, de perseverancia, de autosuperación, de trabajo? ¿El de la integración, la comprensión, el altruísmo, la fraternidad, la humanidad, la tolerancia, el respeto, la humildad, la igualdad? ¿El del disfrute por lo que se hace, la satisfacción del trabajo bien hecho, la recompensa del esfuerzo? ¿O queremos que nuestra sociedad tenga por valores la violencia, el juego sucio, la idea de que el fin justifica los medios, que el dinero lo puede todo, el individualismo, el desprecio de lo distinto, de lo ajeno, el miedo a perder el estatus…?

El verdadero partido del siglo se juega en nuestras mentes, y tiene que ver con estos valores. No se trata de que ganen unos colores u otros, sino de que cada uno decida si todo vale o si hay que cambiar el chip y empezar a comportarnos de otra manera. El verdadero partido del siglo es el que nos pone frente a las opciones de fomentar la violencia, el individualismo y la cobardía, o la del esfuerzo, el tesón, la valía y la camaradería. Es el partido que nos pone en la disyuntiva de si preferimos que gane un equipo esforzándose y haciendo las cosas bien, o un conjunto de individuos haciendo las cosas de cualquier manera.

Yo tengo claro qué valores quiero para mi país. Y a mí me da igual los colores del equipo que los fomente. Pero claro, para eso hay que ser honesto con uno mismo y ser capaz de dejar de lado los fanatismos. No sé qué pensareis vosotros.

Trabaja y esfuérzate, con humildad y respeto. Lucha contra la oscuridad. Sé la luz que dicen que hemos perdido.




May 2011
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