Archivo de febrero 2006

11
Feb
06

La metamorfosis, de Kafka.

Hace ya unos años que me atreví a hacerlo, a leer ese deliciosos relato. Además, como no era largo en exceso, decidí acompañarlo (como hago de vez en cuando) de música clásica, esta vez del cuarteto para cuerda número ocho de Shostakovitch (¡gracias, Jose!). La experiencia fue brutal. Algo sin igual, de esas cosas que te cambian la vida, que transforman tu forma de ver las cosas, aunque no de forma inmediata. Como me pasó con "El lobo estepario", con "Así habló Zaratustra" o con "Rayuela", esta narración cambió mi forma de mirar el Universo.
Pero hay algo que me llamó la atenció desde el principio. Y es por eso por lo que hoy escribo sobre ello. Desde luego, "La metamorfosis" (o "La transformación", como debería haberse traducido desde un principio al castellano "Die Verwandlung", entre otras cosas por respeto a Ovivio), es uno de los relatos más famosos de la historia de la Literatura, pero también uno de los más incomprendidos. La mayoría de los lectores con los que he hablado sobre el relato (algunos con un altísimo nivel intelectual) no dudan cuando, al preguntarles sobre el argumento del mismo (y sobre su significado) dicen sin más: "es la narración de cómo un sujeto se transforma en un insecto y de cómo la sociedad o rechaza". Falso. Eso es un tremendo error.
"Cuando Gregor Samsa despertose una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto." Esa es la primera frase del relato. ¿Cómo encaja que un relato que se titula "La transformación" comience con la propia transformación como un hecho consumado? Reconozco que, yo mismo, al acercarme al famosísimo cuento, me imaginaba que iba a encontrar algo así como lo que ocurre en la película "La mosca", una transformación de un individuo en un insecto. Pero lejos de eso, lo que uno descubre nada más comenzar es que la trasnformación en insecto de "presunto" protagonista (espero que lo de calificarlo de presunto quede claro enseguida) es ya un hecho consumado e irreversible.
¿Qué cuenta entonces un relato de varias decenas de páginas? Pues nos habla, sobre todo, de cómo la familia de Gregor Samsa, que al empezar del relato depende totalmente de él (padre, madre y hermana), como insectos parásitos, evolucionan en unos meses a personas trabajadoras y autónomas, llegando a la independencia total de aquel ser que antes fuera una persona y que al final (espero no destrozar el cuento a nadie) termina por morir como un enorme insecto.
La metamorfosis, lejos de hablar de la transformación de alguien en un insecto, en un parásito, y en cómo se ve rechazado por la sociedad (que también), se centra en cómo una sociedad -abandonada por quien la mantiene- saca fuerzas de flaqueza y decide mantenerse a sí misma; de cómo la familia de Gregor Samsa, ante la imposibilidad de éste para seguir manteniéndola, decide ponerse a trabajar para salir adelante.
Ésa es la verdadera metamorfosis, la que va del parásito al ser autosuficiente.
Gran lección para muchos que viven en una ciudad con cerca de un 30% de paro entre la población activa. Pero claro, es que en Cádiz no se lee.
Dejo los detalles de la narración para quien sienta curiosidad. Sobre todo eso de cuando le lanzan la manzana -símbolo del corazón, y por lo tanto, de los sentimientos, entre las civilizaciones de origen eslavo, como la checa- al insecto y se le queda clavado, incrustado en el caparazón. Es de lo más explícito, y a la vez de lo que más necesita pensarse al leer esta magnífica obra.
Espero, lector, que si no has leído "La metamorfosis", dejes de perder el tiempo leyéndome a mí y corras a buscar al maestro Kafka.
Saludos.
 
 
02
Feb
06

Cave ne cadas.

Creo recordar que era un privilegio reservado a los cónsules, y no sé si sólo al consul de campo. Era el "triumphus" (que los filólogos perdonen mi nulo latín, sé que debería estar en las profundidades del Tártaro). Lo hemos visto cientos de veces en la tele, y pensábamos que era un invento gringo para jalear a sus astronautas: eso de recorrer en coche descapotable las calles de una ciudad mientras que desde los edificios te lanzan papelillos y serpentinas. Pero qué va, de genuinamente americano nada. Eso es la versión siglo XX del triumphus romano. El consul victorioso, héroe militar, salvador de la República de Roma, era jaleado por los ciudadanos de la Urbe mientras que a su paso le lanzaban pétalos de flores. Se colocaba todo tieso él en una cuádriga que un áuriga conducía hacia el Senado, con un esclavo que sostenía sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo máximo de la victoria. Tras él los soldados, y tras ellos los enemigos echos prisioneros.
Cabe imaginar la inmensa sensación de euforia, de poder y de inmortalidad que debían de tener en esos momentos los cónsules, jaleados por la masa, seguido por aquellos soldados que se han jugado la vida a sus órdenes y camino del Senado. Debía de ser una tentación demasiado grande. Por eso, el esclavo que sostenía sobre su cabeza el símbolo de su gloria, la corona de laureles, aprovechando su situación casi como de conciencia de dibujos animados, le repetía al oído sin cesar estas palabras durante todo el camino: "Cave ne cadas" ("cuida de no caer").
Cave ne cadas. En el momento del triunfo uno siempre tiene la tentación de querer más, de anhelar más. Cave ne cadas. Cuando alguien, después de muchas penurias, consigue alcanzar el éxito, cave ne cadas. Aquél que se siente feliz, dichoso inbatible: cave ne cadas.
¿Qué es la felicidad, sino un efímero momento personal de triumphus, una cabalgata espontanea de la mente ante una ciudad que lanza pétalos de rosas a tu paso? A tí, lector, tanto si crees ser feliz como si estás buscando la felicidad, sólo puedo decirte una cosa: cave ne cadas, lector, cave ne cadas.



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