A es licenciado en matemática. Obtuvo la mejor nota en la Selectividad en su comunidad autónoma. Realizó su licenciatura a curso por año. Proviene de una familia de clase media, sin lujos pero sin agobios. Durante toda su licenciatura ha disfrutado de la beca compensatoria del ministerio, que le permite estudiar sin tener que trabajar, ya que se le paga la matrícula y alrededor de 3000 € anuales. A tiene una mente realmente brillante, tiene un gran futuro como matemático por delante. Podría trabajar prefectamente en cualquier equipo de investigación (en una universidad o en una empresa).
Obtenida su licenciatura, A se decide por estudiar unas oposiciones para ser profesor de secundaria. No es su vocación. Sabe que dar clases a una panda de adolescentes es estresante, a veces incluso peligroso, y que la sociedad no reconoce ese trabajo. Pero es la oportunidad de ser funcionario, de trabajar en algo seguro, bien pagado, con mucho tiempo libre y buenas vacaciones.
A tiene que competir por una plaza con varios miles de opositores. Algunos son interinos con varios años de experiencia en aulas, por lo que parten con una enorme ventaja sobre él. Si un interino realiza el mismo examen que A, tendrá más puntos que él.
A se prepara el temario durante 2 años. Son dos años de durísimo trabajo, de una enorme disciplina, de repasos. De poco le sirve ahora todo lo que ha estudiado, porque en la oposición no se trata de comprender lo que estudia, sino de luchar contra el paso del tiempo. Es una doble lucha. Por un lado lucha contra el calendario. Las semanas pasan, y A tiene que memorizar los temas, uno a uno, para repetirlos como un papagallo. Por otro lado es una lucha contra el reloj: tiene que condensar cada tema en lo fundamental, para que quepa perfectamente en el tiempo que tiene para exponerlo en el examen. Así que no sirve de mucho todo lo que ha estudiado durante su licenciatura: ahora se trata, sencillamente, de ser el mejor en técnicas de estudio. Y cualquiera que haya estudiado la licenciatura en matemática sabe que estudiar la carrera no tiene absolutamente nada que ver con estudiar un temario. En la licenciatura de matemática no valen las técnicas de estudio. Lo único que vale es comprender lo que lees, comprender cada demostración, cada paso que das, y realizar cientos de ejercicios y problemas. De nada vale subrayar, hacer esquemas, resúmenes, etc. Todo eso no funciona en la licenciatura en matemática. Así que A se ve en la tesitura de tener que comenzar de cero.
A tiene que competir con muchos de sus compañeros, tiene que competir con interinos, tiene que competir con muchos otros opositores de oposiciones anteriores, de otras comunidades. E incluso tiene que competir con licenciados en otras areas, que perfieren dar clases de matemática antes que de aquello de lo que se han licenciado (por ejemplo, muchos físicos optan por opositar en matemática porque no quieren tener que enseñar química). A está muy seguro de sí mismo, pero una oposición es algo muy distinto a todo lo que ha estudiado anteriormente. Tiene que luchar también contra sí mismo: contra sus nervios, su ansiedad, sus miedos, su agotamiento, su angustia…
Finalmente llega el día del examen. Puede ser que A tenga suerte, haya conseguido el milagro de preparar los setentaytantos temas, y lo haga muy bien, pero también puede ocurrir lo más habitual: que no haya tenido tiempo material de estudiar todos los temas, y no le pregunten ninguno de los que lleva realmente bien preparados. Se puede dar la paradoja (y es una paradoja no muy improbable) que un brillantísimo estudiante como A quede muy por debajo de otros licenciados que terminaron la carrera con mucha menos nota que él, teniendo que dedicarle además varios años más que él.
A decide no ceder, y vuelve a prepararse las oposiciones de la siguiente convocatoria, 2 años más tarde. Ya tiene buena parte del camino recorrido, así que en los dos siguientes años sólo tiene que completar lo que no pudo estudiar en la anterior ocasión, y repasar, repasar mucho. Con suerte, le llaman de la bolsa de interinos para hacer alguna sustitución en algún pueblo de su comunidad autónoma, a veces muy lejanos. Eso le permite adquirir puntos extras.
Finalmente, después de 4 años de intensivo estudio, sacrificios y penurias, nuestro brillantísimo licenciado en matemática ha conseguido ser funcionario de carrera, tiene un puesto de trabajo para el resto de su vida, un sueldo envidiable (sobretodo ahora) y ya tiene la vida resuelta. Pero no todo son ventajas: ahora tiene que comenzar a enseñar, a luchar en las aulas, de por vida. En el fondo, esto no es lo que más le llena, y su trabajo se convierte para él en algo monótono, pesado e intrascendente. No es que lo pase mal, porque entre los profesores, personas que están en una situación parecida a la suya, o que ya la han vivido, suele haber muy buen ambiente, e incluso también tiene buenos alumnos. Pero a él, su trabajo en sí, no le llena. Es completamente administrativo y monótono. Es un trabajo de funcionario. Su mente está hecha para otra cosa.
Además está el tema de las relaciones personales. Tiene que compaginar su realidad laboral con una relación de varios años, lo que a menudo se traduce en llevar una vida durante la semana en un pueblo, y viajar los fines de semana durante varias horas para poder estar junto a su pareja y su familia.
Finalmente A termina asqueado de la matemática. Para él tiene una doble cara: la que tuvo durante sus estudios universitarios, seguramente una cara interesante, fascinante, estimulante, y la otra, la experiencia postuniversitaria: cuatro años de oposiciones, de estudio mecánico e insulso de un temario que en realidad ya conocía perfectamente. Cuatro años en los que la matemática ha parecido quedar para él completamente muerta, paralizada, disecada. Un temario que en su momento le resultó fascinante, interesante, pero que la presión psicológica, el tedio y la monotonía de las oposiciones conviertieron en algo indiferente, en el mejor de los casos. Y luego la cotidianidad de tener que explicar, año tras año, exactamente las mismas cuestiones elementales, los mismos ejercicios, los mismos problemas, a los mismo alumnos completamente desinteresados por la materia. Incluso el temario de las oposiciones, que él encontraba ya sencillo y conocido (a nivel intelectual, meramente matemático), es miles de veces más interesante que esa mecánica de operaciones y reglas de manipulación que, año tras año, tiene que enseñar a esos chavales completamente indiferentes, que sólo quieren que la clase pase cuanto antes. De vez en cuando aparece un chico o una chica brillante, interesado por la materia, y algo de la magia, de la ilusión, vuelve a su espíritu. Pero A está perdido completamente para la matemática. A se ha convertido en un funcionario.
La historia que acabo de contar es ficticia, pero es el argumento general de muchas de las mejores mentes matemáticas que he tenido el privilegio de conocer. En los 12 años que he tardado en completar mi licenciatura, he podido conocer a personas realmente bien dotadas para la matemática, mentes muy brillantes, que podrían haber hecho descubrimientos interesantes, o que podrían haber aportado bastante al avance del conocimiento. Hay muchas personas reales -realmente muchas- que podrían interpretar perfectamente el papel de A. Incluso muchas de esas personas no han tenido tanta suerte como A, y han tenido que pasarlo muy mal durante sus estudios, sus oposiciones o incluso durante su vida laboral como maestro de secundaria. Por supuesto, también hay maestros por vocación, personas muy brillantes que desde el primer día que comenzaron sus estudios tenian ya clarísimo que lo que ellos querían era enseñar, dar clases, ser maestros. Ellos lo son por vocación, y aunque eso no signifique que no lo hayan pasado mal, luego obtienen la recompensa de trabajar exactamente en aquello que siempre han querido. A ellos no les es aplicable esta historia, naturalmente.
Ahora viene mi reflexión: dejando al margen a los maestros vocacionales, aquellas personas para las que enseñar es su pasión, ¿no es un enorme despilfarro de dinero, recursos, y -lo que es peor- de potencial científico todo esto? El Estado invierte en cada una de esas personas una interesante cantidad de recursos para formarlas, para dotarlas de unos conocimientos y unas destrezas con las que desarrollar una labor: la labor del matemático. La matemática trata, en último término, de resolver problemas. Problemas como el de desarrollar las herramientas necesarias con las que modelizar los fenómenos de la realidad. Gracias a la matemática tenemos hoy en día, por ejemplo, los archivos mp3, la telefonía móvil, el GPS… Pero también se han desarrollado nuevas técnicas de detección precoz de enfermedades, se sabe mucho más sobre el genoma, han aparecido nuevas manera de diagnosticar enfermedades, se puede planificar mejor cómo realizar una plantación de tomates para obtener los máximos beneficios, se puede predecir el tiempo meteorológico con bastante más precisión y con más días de antelación… Gracias a la matemática hoy en día una empresa puede decidir cómo realizar los turnos de trabajo para obtener mayores beneficios sin necesitar que los empleados trabajen más. Gracias a la matemática se pueden establecer las rutas más seguras y a la vez más baratas para realizar transportes, tanto de mercancía como de pasajeros, con lo que ahora mismo puedes viajar a Londres, París, Berlín, Roma o Praga por un precio que hace sólo quince años parecía imposible. Gracias a la matemática podemos comprar a través de internet, de manera segura, con lo que cualquiera puede montar en su casa una tienda on-line. Gracias a la matemática se ha podido determinar con una enorme exactitud qué riesgo se corre de que una persona a la que se le da un crédito pueda o no pagarlo (sí, el origen de la actual crisis está precisamente en cómo los bancos ignoraron esos cálculos, en cómo -a pesar de que el riesgo de que esas personas pudieran no devolver el dinero era muy alto- decidieron anteponer beneficios a sentido común, maquillando a veces los resultados matemáticos o minimizando su importancia).
La matemática está detrás de miles de situaciones que la gente ignora. Muchas decisiones muy importantes en tu propia vida se toman en un despacho después de que alguien haya hecho una serie de cálculos. Alguien con una gran capacidad de análisis. Alguien que no es sustituible por una computadora, porque aunque una computadora pueda hacer esos cálculos -y de hecho son ellas las que siempre hacen esas cuentas-, ninguna tiene los conocimientos necesarios para interpretar esos cálculos, ninguna sabe cómo tomar decisiones con esos cálculos.
La investigación es la piedra angular del desarrollo de una sociedad. Un país desarrollado es siempre un país en el que se ha invertido y se invierte mucho en investigación. Existe en España un enorme potencial científico desperdiciado. La ausencia de inveresión en investigación nos condena a ser un país cateto. Sólo hay que pensar en cómo la crisis está afectando a España, el país del ladrillo, y cómo está sin embargo afectando a un país como Alemania, de una gran tradición investigadora. La investigación tiene como corolario la industrialización, la diversificación de la economía, y la capacidad para sortear mucho mejor una situación de crisis económica. En España no se ha dado la oportunidad a muchas de sus mentes más brillantes para que aporten sus ideas, para que contribuyan a la investigación. Al licenciado en matemática se le condena a optar entre ser programador en una cosultoría -1000€ al mes, durante varios años, trabajando sin horario ni calendarios, en un puesto para el que no ha sido formado durante su licenciatura: un matemático no es un programador, aunque puede reconvertirse en uno-, opositar en secundaria, o trabajar de lo que sea, sin ninguna relación con la matemática. Pero lo peor de todo es que no es cierto que no se invierta en esa persona. Como alguien muy inteligentemente me apuntó tras mi anterior artículo, el Estado paga cinco sextas partes del coste de cada alumno universitario. En el caso de los becarios, cubre el 100% de ese coste, y además le ayuda económicamente. El Estado hace una fuerte inversión en cada alumno universitario. Pero es que la hace muy mal.
Si la matrícula de un alumno universitario cubre sólo la sexta parte de lo que realmente cuesta que ese alumno estudie, ¿qué es lo más inteligente? ¿Que el alumno no reciba recursos económicos y alargue sus estudios año tras año, porque tiene que dedicar parte de su tiempo -en muchos casos además son las mejores horas de su tiempo, aquellas en las que más puede aprender- realizando un trabajo completamente no cualificado, obligando al Estado a cubrir, año tras año, las cinco sextas partes de lo que ese alumno cuesta? ¿O es más inteligente cubrir también esa sexta parte y financiar al alumno para que pueda dedicar plenamente su tiempo y sus esfuerzos a estudiar, y termine lo antes posible? A mí no me cabe ni la menor duda de que, con la financiación adecuada, liberándome de tener que impartir clases particulares o de trabajar de lo que fuera para pagarme los estudios, en lugar de 12 años, hubiera necesitado tal vez 6 o a lo más 7. Es sencillo hacer las cuentas: si se me hubiera dado beca desde el principio, el Estado hubiera gastado mucho menos en mí que no haciéndolo. Yo le he costado más al Estado, sin beca, que lo que le hubiera costado con beca. Y os aseguro que mi caso no es un caso aislado.
Pero no es mi intención ir por ese camino. Lo que me pregunto es, ¿para qué esa enorme inversión? ¿Para que luego toda la capacidad se vaya en enseñar a multiplicar potencias de la misma base, año tras año? Está claro que España no puede prescindir de la investigación, de la ciencia, de la cultura, de la Universidad. Hay que ser muy cateto, muy ignorante, muy torpe y muy estúpido para no darse cuenta de que un país desarrollado es siempre un país culto. Actualmente, nivel cultural y nivel económico de una población van parejos (siempre que el Estado invierta lo suficiente en investigación). Por la sencilla razón de que la cultura es conocimiento, el conocimiento bien financiado conlleva investigación, y de la investigación sale la industria, que genera riqueza. Y la cultura es un todo. No basta con crear ingenieros. La gente con conocimientos, la gente culta, tiene unos gustos, unas motivaciones, unas inquietudes. Invertir en arqueología también repercute, a la larga y de manera indirecta, en la producción tecnológica. Los grandes centros científicos de todos los tiempos han sido siempre a la vez grandes centros artísticos y culturales. Los lugares en los que se intenta fomentar la ciencia sin fomentar otros aspectos culturales no cuajan. Por la sencilla razón de que los a científicos, cuando no están estudiando, les gusta distraerse con cosas que no tienen nada que ver con la ciencia. Cualquier sala de teatro, danza, cualquier ópera, cualquier museo de arte tendrá con toda seguridad al menos una tercera parte de su público formado por científicos, médicos, ingenieros, etc. Si le preguntas a cualquier investigador si prefiere vivir en un lugar donde no hay actividades culturales e intelectuales o vivir en un sitio donde hay exposiciones, teatro, librerías, auditorios, la respuesta es evidente.
Un licenciado en matemática es una persona que, con independencia de lo que el Estado haya ya invertido en él, ha realizado ya un enorme esfuerzo formativo. En general, cualquier licenciado lo es, pero yo hablo del caso que me toca, porque es el caso que conozco bien. La sociedad no puede permitirse el lujo que supone formar a alguien así para luego tenerla haciendo un trabajo que podrían haber hecho muchos otros profesionales. Y como un país no puede permitirse el lujo de no invertir en gente que pueda investigar, la conclusión lógica es que lo inteligente es hacer una invesrión más fuerte, para que cuando esa persona se forma, en lugar de irse al extranjero -donde las expectativas laborales son mucho mejores, y además va a tener una enorme oferta cultural-, revierta en la sociedad los dividendos de la inversión que se ha hecho en esa persona. No es sólo una labor del Estado. La empresa también tiene que ser consciente de ello, del enorme potencial de beneficios que supone invertir en investigación. Es una inversión a largo plazo, pero cuyos dividendos son altísimos. No existe ninguna sociedad rica que no mime a su clase intelectual y científica.
A pasará los próximos 40 años enseñando a multiplicar matrices y cosas así. Su gran ineligencia y sus conocimientos ya se están malgastando, y es ya inveitable que se pierdan. Por supuesto que juega un papel importante en la sociedad, pero desde luego no se le permite jugar el importantísimo papel que podría desempeñar.
A veces me pregunto cómo sería el mundo actualmente si Gauss hubiera estudiado unas oposición y se hubiera dedicado toda su vida a bregar con adolescentes en una clase. A veces me pregunto la cantidad de avances que nos estamos perdiendo (y el nivel económico que no llegaremos nunca a alcanzar) por la cantidad de Gauss que están dando clase en institutos.