Archivo de marzo 2006

29
Mar
06

Déjate llevar por las sensaciones…

El sol, anaranjado, se hunde lentamente en un mar
celeste, de un color tan intenso que parece brillar con luz propia. De
hecho da la impresión que al irse el sol el mar podría seguir
iluminando el mundo. Ni una sola nube se atisba en toda la cúpula
celeste, limpia como el copón de una iglesia.
Golondrinas y vencejos compiten en sus rápidos vuelos entre las casas,
gritando y haciendo que todos se giren a mirar. Van y vienen por las
calles, planeando, casi sin mover las alas, siempre a una velocidad
vertiginosa.
Los geranios cuelgan de los balcones inundando de color el hueco oscuro
con el que los barrotes pintados de espeso negro hieren las blancas
fachadas de cal. En patios, ventanas y azoteas los perros se ladran
unos a otros, comunicándose de lejos, desafiando al calor que empieza a
dejar paso a horas algo más frescas y agradables.
Mientras los negocios van cerrando casi al compás, bajando todos la
persiana metálica, los chicucos siguen abiertos, con sus almaceneros
encerrados tras un mostrador de gastada madera cubierta en su parte
superior por un cristal aun más desgastado por el caer y arrastrar de
las monedas. Del techo cuelgan los jamones y los embutidos, en las
estanterías color crema con los bordes rojos se apilan las latas de
conservas, paquetes de arroz, de café, de azúcar, botellas de vinagre,
de vino, de aceite y de licores. Van entrando y saliendo en el local
los clientes, bien los mayores para tomar allí unas cervezas o unas
copas de vino, bien los chavales buscando cartones de tinto o de
sangría, o botellas de cerveza, o bolsas de hielo, o lotes de wisky.
En los parques las moscas revolotean alrededor de las naranjas abiertas
al caer o de aquellas verdes y ya mohosas que aun permanecen en las
ramas. Se van cerrando las flores de jazmín y de azahar, mientras que
los capullos de dama de noche empiezan a inundar de su especial
fragancia el ambiente que los circunda, tan sólo mecido por la brisa
marina.
El crepúsculo avanza a medida que los grillos arremeten con ánimo su
monótona sintonía y las primeras estrellas empiezan a despuntar por
oriente. Las farolas despiertan de su sueño diurno y van aumentando la
intensidad de su luz conforme se van desperezando, mientras que
legiones de mosquitos, mariposas, polillas y murciélagos se arremolinan
a su alrededor en una danza caníbal.
Los chicos van llegando y se concentran alrededor de los bancos. La
charla es fluida, sale sola. Risas, miradas, comentarios… Se van
enamorando y desenamorando poco a poco al calor de la cerveza. El aire
se llena de risas, de suspiros, de palabras… Mientras tanto en las
casapuertas las personas mayores se sientan en sillas de playa a tomar
el fresco y disfrutar de la noche. La calma parece invadirlo todo,
invitada por la temperatura y por el continuo cantar de los grillos.
En la playa aparecen las primeras barbacoas. El humo se eleva
transportando los olores de la carne, las caballas, los pinchitos, las
chuletas… La sangría corre, los cubatas se suceden, el apetito se
aplaca y aparece otra clase de apetito. Suena la guitarra, en la
oscuridad se cruzan las miradas, las sonrisas brotan espontaneamente al
comprobar como los ojos que ahora huyen miraban hace un momento. Las
canciones son la excusa perfecta para revelar los sentimientos sin que
nadie se entere. La música cesa y deja paso a la palabra, primero los
chistes, las carcajadas, la risa fácil… Luego la conversación en
común que poco a poco se transforma en conversaciones privadas a dos o
tres bandas. Juegos de palabras, ligoteo, sonrisas tontas… Y la playa
para consumar el amor, para los besos furtivos, para la intimidad. Las
olas acompañan con su sincopada melodía el secreto de la noche del que
sólo el cielo cuajado de estrellas es testigo. La noche se muestra como
un gran pañuelo azul lleno de gotitas de luz que dibujan sus extrañas
configuraciones geométricas.
El sueño llega poco a poco. Todos van lentamente a dormir, algunos
embargados por el goce del amor, por la ilusión de un nuevo comienzo,
otros pensando en sus problemas, algún corazón que se rompe y llora
hasta dormirse… Con suavidad pero sin detenerse todo se va calmando,
y sólo queda el rumor de las olas, el canto de los grillos, el lento
caminar de las estrellas y de la luna por su camino a través del
firmamento. Todo duerme mientras por oriente comienzan a aparecer los
primeros indicios de la claridad. Tan sólo una horas después los
pájaros romperán su descanso anunciando un nuevo día.
La primavera está en su máximo explendor.
11
Mar
06

Amelie

Me enamoré de Amelè, como todo el mundo, desde el primer instante. Supongo que, como todo el mundo, me identifiqué de inmediato con esa chiquilla tímida, solitaria, imaginativa y soñadora. ¿Por qué? No lo sé.
Ameliè es una chica de 22 años que vive sola en París. Es camarera en un café, y no pretende ser absolutamente nada. Ameliè es solitaria y un poco distante. No es antipática, pero tampoco simpática. Su infancia transcurrió alejada los otros niños de su edad, y nunca supo lo que era jugar con amigos. Así que ella siempre estuvo sola.
La soledad de Ameliè, lejos de ser la soledad triste, romántica y arrebatadora, la soledad de quien pierde a alguien y siente su ausencia, es la soledad de quien nunca ha dejado de estar solo, de quien no ha conocido la compañía, la amistad. Ameliè es fría, distante y tímida, pero no por ello deja de ser tierna y encantadora.
Ameliè nunca tuvo otra compañía que ella misma, y aprendió a desarrollar desaforadamente su imaginación, viviendo en un mundo propio, su universo personal. El mundo de Ameliè está lleno de situaciones cotidianas transformadas para hacer la vida mejor a quienes la rodean. Ameliè dota, en su imaginación, de vida y personalidad a objetos y animales, que le ayudan o le dan su opinión.
Ameliè no tiene grandes metas, no tiene retos que superar, objetivos que alcanzar. Es una simple camarera de una pequeña cafetería, sin grandes ilusiones de conseguir algo en la vida. Por eso puede concentrar todas sus energías en hacer que la vida de los demás sea más agradable. Se toma los problemas de los otros como propios, y les da solución a su manera.
Detrás de su timidez y de su distanciamiento aparente, Ameliè es todo corazón, alguien que vive tan sólo para los demás, eso sí, en su propio mundo. Ameliè es feliz con cosas realmente sencillas, con sensaciones muy simples. No busca cosas complicadas ni sofisticaciones. Ameliè sabe que la felicidad no se busca, se encuentra.
Pero un día, esta tímida y soñadora chica se tropieza por casualidad con el amor. Sin dejar de ser como es, sin dejar de intentar arreglar el mundo a su manera, Ameliè no puede dejar de pensar en Nino Quincampoix, otro ser extraño, solitario y soñador. Y tiene que luchar entre su tendencia natural a amarlo en silencio, sin decirle nada, y arriesgarse a dar un paso adelante y abrir su mundo a Nino.
Ameliè es un poco como la imagen de la infancia, desmitificada de la alegría innata que los adultos siempre le encasillamos, dotada de toda la imaginación y fantasía que le son propias. Me enamoré de Ameliè y me identifiqué con ella, o al revés, por su sensillez y su instinto de supervivencia, de conservación de la personalidad. Ameliè no ha dejado que el mundo le diga cómo tiene que ser. Ella sigue siendo una niña, con toda su imaginación, su ternura y su maldad. Ameliè no ha caido en el juego fácil de la publicidad, no ha decidido encarrilar su vida en torno a parámetros de consumo, no es una más intentando conseguir unos bienes materiales que le den una hipotética felicidad que nunca llega. Ameliè es feliz tal y como es. O mejor dicho, no lo es, pero no le importa. Para lo que le falta, ahí tiene a su imaginación. Lo que no tiene, lo imagina. Sabe que tirar piedras sobre la superficie de un río y contar cuántas veces bota, o meter la mano en un saco de lentejas, le proporcionan la misma felicidad (si no más) que tener una gran casa, un coche, veranear en la playa, o cualquiera de los mitos publicitarios con los que constantemente nos bombardean. Por eso se conforma Ameliè con ser camarera en un pequeño café. No necesita más.
A veces, afortunadamente no con mucha frecuencia, he escuchado comentarios del tipo: "yo no podría llevar una vida tan aburrida como la que lleva Fulano". Hay una mezcla de lástima y desprecio en esas palabras que hacen que me entren escalofríos. Entonces pienso en Ameliè, en su vida aparente, tan modesta, tan sencilla, y en su maravilloso mundo interior. Me pregunto si la persona que ha dicho esas palabras no estará en realidad vacía, mientras que la otra, la persona mencionada no tendrá realmente una personalidad increible.
La cinta de Jeunet es una obra maestra, como no lo es menos la banda sonora de Yann Tiersen. Puede que la película no fuera igual de conmovedora sin esa música. En cualquier caso me parece una película maravillosa. Más allá que un mero entretenimiento, Ameliè es toda una lección de vida, de búsqueda (o ausencia de ella) de la felicidad, de amor propio, de cariño hacia uno mismo.
Es una película divertida, es una película tierna, es una película de esas que marcan un antes y un después. Pero sobretodo es un alegato a la sencillez, a olvidar por un momento las prisas, el dinero, los deseos, y mirar cara a cara a la vida para preguntarnos si en el fondo no valdría más la pena tomarnos las cosas con más calma, dejar de buscar la felicidad futura (que nadie puede asegurarnos y que nunca llega) y disfrutar de la vida a cada instante, sin pretender vivir en todo momento el mejor de nuestras vidas, sino apreciéndolo como lo que siempre es, un instante único que nunca regresará.
Lector, si aun no la has visto, te recomiendo que veas Ameliè. Seguro que cuando termine tendrás en la cara una de esas sonrisas que no se te quitan en todo el día.



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