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El retorno de los brujos

Desde la distancia observo no sin preocupación las elecciones que se nos vienen encima y en las que no podré participar. Las encuestas -que pienso que deberían estar prohibidas por ley con pena ineludible de 20 años de cárcel- indican que regresa al Gobierno el PP. No soy de los alarmistas que agitan la bandera del miedo. El PSOE no lo ha querido hacer bien, así de sencillo. Ha tenido tiempo de sobra para hacer y deshacer todo aquello que ahora promete cumplir de verdad. Lo siento, señores del PSOE, la ciudadanía ya no les cree.

Me preocupa aun más lo que está por venir. Soy de los que opina que, por muy mal que lo ha hecho el PSOE (y lo ha hecho muy mal), se le achaca una culpa mayor de la que realmente tiene. «La economía no la hacen los Gobiernos, la hacen las empresas«, lo cual es probáblemente en lo único que el señor Berlusconi y un servidor vamos a estar alguna vez de acuerdo. Al menos en lo que a una economía de libre mercado se refiere. Así que mucho me temo que, por mucho que cambie el Gobierno, mientras que España se siga invirtiendo para conseguir el máximo beneficio al más corto plazo, no conseguiremos salir del fondo del pozo, a pesar de las milagrosas medidas que tan bien se guarda de desvelar el señor Rajoy.

Como decía, me preocupa mucho lo que está por venir. No sólo por la situación económica, sino por lo que implica la nueva situación política y en especial la situación social. Por primera vez en nuestra democracia, un partido tiene todas las de ganar unas elecciones sin un programa claro. El PP se ha limitado a poner sobre la palestra los (a su juicio) defectos del ejecutivo socialista, sin presentar ni una sola alternativa creíble (ni increíble). ¿Qué piensa hacer Mariano Rajoy a partir del 21 de noviembre? Es un misterio.

La cuestión que me molesta la resumió a la perfección Ignacio Escolar en este artículo hace unas semanas. Y es que hemos llegado a tal grado de degradación democrática que los políticos prefieren callar sus posturas para no perder votos.

A ver si nos aclaramos. Esta «democracia» asienta su representatividad y su legitimidad en la idea de que yo voto a una lista (cerrada) de personas –lista confeccionada por el partido por el que se presentan–, porque son ellos los que recojen mi sentir y mi opinión. Es de puro sentido común que yo tendré que conocer las opiniones y las ideas de esas personas. ¿Cómo voy a decidir, si no? Pues ahora resulta que no, que los políticos se guardan muy bien de hablar claro, de decir lo que realmente opinan. No vaya ser que los votantes se enteren de lo que de verdad piensan.

Que el PP haya hecho bandera del silencio como programa electoral es aterrador. Me dan miedo esos votantes capaces de firmar tal cheque en blanco, el de su futuro inmediato durante los siguientes cuatro años. Me aterra pensar en la mentalidad de quien traga semejante rueda de molino. Me recuerda a cierto comportamiento que se dió en España durante cuarenta años. Déjennos a nosotros y no se metan, que ustedes de esto no tienen ni idea.

Sacan a la calle la bandera nacional como si fuera suya, de su partido. Señalan y se burlan de quien es diferente o piensa de forma distinta. Claman con orgullo que a ellos no los manipula nadie, pero curiosamente todos sus argumentos vienen pregonados por ciertos medios. Desprecian la inteligencia y la cultura. Se declaran cristianos, pero no pisan las iglesias fuera de bodas, bautizos, comuniones o funerales. Para ellos la caridad cristiana no es universal, sino sólo para los que son como ellos. Son los españolitos: acomplejados, ignorantes, apegados a un odio que les sale de las entrañas, siempre dispuestos a tirar una piedra, azuzados por los lacayos de los poderosos. Ese sentimiento celtíbero mesetero de que somos una mierda, de que no tenemos remedio, de que España se ha convertido en el patio de una prisión en la que el que menos navajazos lance es idiota. Esa mala baba de quien llama imbécil a cualquiera que quiera creer que las cosas pueden cambiar, que es posible hacerlo mejor, que si nos unimos todos, conseguimos lo que sea. Son esos que comparten la idea de que ser español es un pecado original con el que hay que morir orgulloso.

El españolito está permanentemente cabreado. Tiene una úlcera perenne. No le da la gana de hacer el esfuerzo de humildad y de inteligencia que supone reconocer que tal vez haya otras maneras de hacer las cosas, de que puede que lleve toda la vida equivocado. Prefiere morir en su error, reconfortado por el calor del estiércol en el que está sumido, a salir fuera de él, lavarse en agua fría y comprobar que más allá de la pocilga de su ideario existe aire fresco. Cambiar de opinión, además de hacerle pasar por la humillante experiencia de reconocer que lleva toda la vida equivocado, supone pensar, razonar, escuchar lo que los otros tienen que decir.

El españolito no es que sea tonto. Es españolito es un vago mental. Es un cateto, y no porque sea ignorante (que es algo con lo que todos venimos de serie), sino porque no tiene ganas de hacer el esfuerzo mental que supone razonar, pensar, escuchar sin prejuicios y contrastar opiniones. Le han metido en lo más profundo de su cabeza ese complejo de cateto y de ignorante que lo ciega. Lo han amamantado con fútbol y toros, con procesiones y misas. Mataron su curiosidad infantil a base de «porque sí». Anularon su voluntad y sus ansias de cambiar las cosas a golpe de «porque me da la gana». Y a fuerza de no usar la cabeza más que para envidiar y criticar, se olvidó de razonar y se cerró. Primero los padres, después el cura, los maestros y por fin el partido. La marea de los españolitos, acomplejados en su ignorancia y su debilidad mental, se unen bajo la bandera y la cruz. Obcecación de casta, de rebaño, de tribu. Esa entelequia llamada España, que para ellos significa que si no eres uno de ellos, no eres español. Confunden ser español con ser españolito. Y a los que no son españolitos hay que echarlos de España. Por eso llevan siete años y medio de úlcera.

El españolito no quiere reconocer que ha escogido el camino fácil, que lleva toda la vida siendo un vago mental, que no tiene cojones de sentarse a pensar, a razonar sin prejuicios, a revisar aquello que conforma su universo personal. No tiene cojones de abrir su mente, de afrontar su ignorancia y de pelear contra ella. Porque eso significaría reconocer que él es el responsable de su situación. El único responsable de que las cosas le vayan como le van. El único responsable de su situación en el trabajo, con su familia, de su sueldo, de su hipoteca, de su salud… Un españolito ha hecho siempre lo que le han mandao, así que si las cosas van como van es o porque las cosas son así, o porque el que manda lo ha hecho mal. Un españolito no quiere, no le da la puta gana de asumir que puede llevar toda la vida equivocado. Y si hay que demostrarle a los socialistas que ellos, los españolitos, son los que tienen razón, pues se pasa uno ocho años cabreado, con la úlcera comiéndole por dentro. Porque permitir que los rojos hagan las cosas bien sería como reconocer que uno lleva toda la vida equivocado. Y si de repente se derrumban todas sus creencias, el españolito tiene que hacer el esfuerzo mental de reconstruir un universo personal. Tiene que pensar, recapacitar, dialogar. Y lo que es peor, lo que más le humilla, lo que más le cuesta en el mundo al españolito: reconocer que estaba equivocado. Reconocer que no tenía razón.

Me da terror una ciudadanía así. Y pena. Mucha pena. Porque lo peor de todo es que, como dije antes, el PP tampoco tiene ninguna varita mágica. La economía la hacen las empresas, no los gobiernos, ¿recuerdas? Y las empresas españolas no saben generar riqueza sin explotar al empleado ni al cliente. O sea, a la ciudadanía. Para crear riqueza de verdad, en un modelo de libre mercado, hay que tener visión de largo plazo. Hay que invertir pensando en la rentabilidad a largo plazo, no en la inmediata. Crear riqueza no es pegar un pelotazo.

¿Qué imagen puede tener de ti alguien que piensa que es mejor que desconozcas su programa electoral, y que aun así le debes votar? Su idea de democracia es la de pasar un trámite: que les des carta blanca. «Tú de estas cosas no entiendes, así que mejor que no te metas en nada. Tú déjame a mí, que yo de esto entiendo.» Piensan que sigues siendo un catetito español, que no das para más, que mejor que no piense ni opine. Y por si acaso sí que piensas, mejor no decirte lo que de verdad van a hacer cuando ganen.

A veces me dan ganas de gritarle al españolito el famoso grito de Clinton de «¡Es la economía, idiota!». Porque el españolito, en su ignorancia y en su fe inquebrantable en el partido es incapaz de ver lo obvio: que el Partido Popular trae las mismas medidas neoliberales que nos han traído a esta situación. Las mismas medidas neoliberales que no sólo son el origen de la crisis, sino que nos están impidiendo retomar la senda del crecimiento. En ese credo que profesan de que los recortes y la austeridad son los únicos caminos hacia la recuperación económica, insisten en no ver lo que para la otros es obvio: que después de tres años de austeridad, recortes, medidas draconianas y mantras neoliberales, ninguna de las economías que las aplicaron han levantado cabeza, e incluso muestran preocupantes síntomas a volver a caer. Insisten en hacernos olvidar que existen otros caminos, como el seguido por Islandia). ¿Hasta cuándo van a seguir los fieles creyentes del PP pensando que la recuperación vendrá a base de recortes y privatizaciones? ¿Cuándo se darán cuenta del tremendo error que están cometiendo? ¡Es la economía, idiotas, y no la Guerra Civil!

Las encuestas dan una amplia mayoría absoluta al PP para el 20N. Pero también deparan sorpresas, como la de que aun hay un 23% de indecisos (o que prefieren no declarar su voto). Eso da alas aun a la esperanza (con minúscula). Quiero llamar la atención sobre esta genial iniciativa: se trata de #AritmEtica20N. La idea es simple: según la Ley Electoral, gracias al sistema D’Hont y a las circunscripciones electorales por provincias, se dan severos desajustes entre proporcionalidad de votos obtenidos y número de escaños asignados. De esto se benefician especialmente el PP, el PSOE y CiU. Una de las mayores reivindicaciones del movimiento 15M es precisamente el cambio de la Ley Electoral para que el proceso electoral sea más representativo.

Como era de esperar, PP y PSOE hacen oídos sordos al clamor por el cambio de la ley electoral para hacerla más representativa, así como también al grueso de las otras reivindicaciones del movimiento 15M. Unos simpatizantes de este movimiento han hecho cuentas circunscripción por circunscripción. Se han basando en los resultados electorales del 2008, de las elecciones municipales de 2011 y de la encuesta de intención de voto del CIS de octubre. Han calculado qué partido habría que votar en cada circunscripción y en qué porcentaje para que el voto disperso (ése que no consigue ningún escaño) se materialice en un voto de castigo para estas tres fuerzas (PSOE, PP y CiU). Aquí puedes encontrar la tabla en la que se resumen los datos, y la fuerza o fuerzas a las que se debería votar para dar la vuelta a las encuestas.

Dado que en la mayoría de circunscripciones es IU la fuerza más plausible, me permito la licencia de dejar aquí un enlace a su programa electoral. Para los que no quieran leer tanto, enlazo aquí un buen resumen del mismo.

Yo lo tengo claro: si Merkel y Sarkozy quieren gobernarnos (a base de reforma constitucional y recortes), que se presenten a nuestras elecciones. Puede que por eso Rajoy no haya desvelado su programa. Puede que no sea para asustar a los electores (especialmente a los desencantados con el PSOE). Puede que él mismo no sepa aun qué le va a pedir Merkel que haga. Yo por mi parte, ya puestos a que nos gobiernen desde fuera, prefiero que lo hagan los noruegos.


3 Respuestas to “El retorno de los brujos”


  1. 1 Carolina
    14 noviembre 2011 a las 12:21 am

    Es verdad que llevas mucha razón en muchas cosas de tu artículo. Pero me da mucha pena leerlo porque de tus palabras sólo saco una sensación de desesperanza y resignación…Y creo q no es esa la actitud en absoluto. Es verdad que la situación es muy complicada. Pero precisamente de los obstáculos y los baches de la vida es cuando uno saca a relucir lo mejor de sí mismo, y pone todas sus fuerzas y ganas por mejorar, y al final sale reforzado y sabe valorar y disfrutar cada día un poco más. Pero no sé, quizás no he sabido interpretar tus palabras
    Aunque en cualquier caso, yo desdeluego confío mucho en los españoles, o «españolitos», que con sus cosas buenas y con sus cosas malas, sus complejos o como quieras llamarlo, creo que todo el mundo quiere mejorar, y tirar hacia adelante. Y creo que no es justo meter a todo el mundo en el «mismo saco». Porque de tu descripción del «españolito» saco muchos tópicos, muchos prejuicios, y una generalización extrema. Comparto que hay gente con esa mentalidad, Pero es un gran error pensar que todo el mundo está cortado por el mismo patrón. Pues si hay algo que caracteriza a España y a los españoles, es la gran riqueza de su diversidad 🙂

    • 2 Javier
      14 noviembre 2011 a las 11:47 am

      Querida Carolina:

      No se trata de prejuicios, sino de describir a un tipo de persona. No generalizo, sino que caracterizo. Llamo «españolito» no a un español normal y corriente, ni a una persona con unas ideas o creencias en particular (tampoco a un votante del PP, o persona de derecha, o de centro-derecha). Llamo «españolito» a ese tipo de persona que describo, que abunda tanto en los votantes del PP, como en los del PSOE, como en los de IU… Son esos que votan por lo que les dicen las entrañas en lugar de por lo que les dice la cabeza. Son esos que entienden la política como si de un partido de fútbol se tratara.

      Durante años, ese tipo dañino de cateto que opina de todo sin saber de nada ha estado repartido entre todo el espectro político. Era carne de mitin, de puesto de propaganda en la calle de los que regalan globos y bolígrafos baratos. Era ese tipo de persona que votaba a un candidato porque le parecía guapo, o no votaba a otro porque llevaba barba. En los últimos años, ese tipo de votante se ha visto polarizado por ciertos medios de la derecha que, por el discurso de algunos de sus redactores/locutores, comienzan a meterse en los pantanos de la extrema derecha. Los medios afines a la derecha han mantenido una campaña de oposición frontal a la izquierda que a veces ha dado miedo. En más de una ocasión en estos ocho años he llegado a temer que España volviera a partirse en dos. Ese ejercicio de irresponsabilidad social tenía un fin: arrastrar a toda la masa de insensatos que no razonan, cuyo argumentación más elaborada es el «y tú más». Son los que por toda explicación, insultan. Son calcados a los que hace 75 años empuñaron las armas unos contra otros en la Guerra Civil.

      Es triste comprobar como después de 33 años de democracia y de educación sistemática y generalizada, España sigue afectada del cáncer del «españolito». Es desolador comprobar cómo gente joven y con estudios universitarios, que han nacido y crecido en democracia, mantiene esa actitud de hooligang de la política. Estoy harto de pasarme horas debatiendo con ellos para que al final su única argumentación sea enrocarse en un «que no, que a mí no me convences y ya está» cuando desarmas todos sus argumentos (lo cual suele ser terriblemente sencillo, porque no son ideas propias, sino que las suelen haber escuchado en la radio o en la televisión, mientras que ellos las han aceptado sin más, a mí me ha dado ya tiempo de pensar sobre ellas y encontrarle los fallos).

      No creo que sea casualidad que el 15M sea completamente desprestigiado por los medios de la derecha. La idea del 15M es la de debatir, compartir ideas, hablar, dialogar, intercambiar opiniones. Es exactamente lo contrario de lo que suele hacer el españolito (que, repito, no es un español cualquiera, ni tampoco es cualquier persona de derechas, sino la típica persona que no tiene ideas propias y a la que si agitas una bandera puedes ya hacerte con su voto). Y, qué casualidad, el PP se ha volcado en esta campaña electoral en captar el voto del españolito. Rajoy, a día de hoy 14 de noviembre, apenas a 6 días de las elecciones, aun no ha soltado prenda de qué es lo que va a hacer cuando llegue a la Moncloa. Aun no tenemos claro cómo piensa luchar contra el paro, cuáles van a ser las medidas fiscales que va a tomar (más allá de la insinuación de bajar los impuestos de las rentas altas), qué va a pasar con la sanidad, con la educación, con las pensiones… El PP ha hecho una campaña para captar a los descerebrados. Es específicamente de ellos de los que hablo.

      No hay que ser un hacha para imaginar que mis ideas no encajan bien con las del Partido Popular. Pero eso no me impide poder dialogar, discutir e intercambiar ideas tranquilamente y con la mente abierta con aquellas personas de derecha que son razonables, que votan al PP porque han pensado objetivamente en lo que el partido ofrece para España y han decidido razonadamente dar su voto al PP. Tengo muy buenos amigos que votan al PP y con los que he disfrutado mucho en discusiones muy enriquecedoras para ambos. Por desgracia, a día de hoy, dado que el PP no ha mostrado un programa serio y creíble, me cuesta creer que alguien con un poco de sentido común haya podido pensar qué Mariano Rajoy va a ofrecer a España y haya llegado a la conclusión objetiva de que es la mejor opción para el país. A pesar de eso, las encuestas dan al PP una mayoría absoluta histórica. Blanco y en botella…

      ¿De todo esto se lee un mensaje pesimista? Es una apreciación. Yo estoy convencido de que las cosas pueden cambiar. Tanto a mejor como a peor. Es sólo una cuestión de unir voluntades. En eso soy optimista. No creo en eso de que una persona, sea como sea, lo sea para toda la vida. Las personas pueden cambiar. Incluso un españolito (que, repito, es por definición una persona cerrada, que no razona) no lo es para toda la vida. El problema principal no es sólo que la suma de los votos de todos los españolitos pueda cambiar el signo político de España. Lo peor no es eso. Lo peor es que una persona que vota por lo que le dicen las entrañas y no por lo que le dice la cabeza, es una persona que dice muy poco de sí misma. Es una persona que, seguramente, carece de iniciativa. Es una persona que se ríe de los que prefieren quedarse en casa estudiando un sábado por la tarde en lugar de salir por ahí. Es una persona que cuando lee en un periódico que unos científicos han estado investigando la reproducción de las mariposas piensan que «valiente tontería gastar el dinero público en eso». Es una persona que nunca lee un libro (a no ser que quiera impresionar a alguien), que no va al teatro (a no ser que lo arrastren), que dedica buena parte de sus recursos de tiempo, dinero y neuronas al fútbol… Es el tipo de persona que, cuando por algún milagro del azar, consigue una buena cantidad de dinero, lo último que haría con él sería crear riqueza. Buscaría el máximo beneficio en el menor tiempo posible. Y cualquier persona con unos conocimientos económicos básicos te dirá que invertir en investigación, en industria, en tecnología o en cualquier cosa que suponga un avance para el país y para la humanidad no es desde luego una inversión que maximice beneficios a corto plazo.

      Si te tomas el (considerable) tiempo que supone leer las noticias que aparecen en los enlaces que he colocado en mi artículo, comprenderás por qué no soy optimista en lo que a la economía se refiere. Por desgracia, Rajoy no tiene ninguna varita mágica. Ciertos periodistas de derecha (de extrema derecha, alguno) se han encargado durante estos cuatro años de repetir una y otra vez un discurso en el que Zapatero aparecía como el origen y causa de todos los males económicos del país. Eso no es cierto. Y por lo tanto no vale aquí eso de que «muerto el perro, se acabó la rabia». La situación económica española es peor que la de otros países europeos, eso es algo evidente. Pero es que estamos hablando de una crisis económica global. No hay varita mágica (o debería decir que desde luego no hay ninguna varita mágica dentro de los postulados del ultraliberalismo económico en el que estamos sumidos) que solucione los problemas económicos de España. Los problemas griegos e italianos, de los que somos completamente ajenos, nos están hundiendo a nosotros. No es una cuestión de quién esté viviendo en la Moncloa. No se trata de si lo están haciendo bien o lo están haciendo mal, porque tienen las manos atadas. Al menos, en tanto y en cuanto se sometan a los caprichos de los mercados.

      Económicamente no soy optimista, como nadie que lea regularmente las noticias económicas, no sólo de España, sino también de lo que está ocurriendo en todo el mundo. La prensa internacional de todos los colores políticos es unánime al respecto. Los premios Nobel de economía que más suelo citar (Krugman y Stiglitz) están completamente de acuerdo también al respecto. La situación global es mala, no se ve la salida a todo esto, y después de tres años las medidas tomadas no parecen haber servido para nada. Éramos muchos los que ya antes de todo esto pensábamos que el modelo no era sostenible, y que llegaría un día en que el modelo no aguantaría más y se derrumbaría.

      Por eso tampoco creo que el PP vaya a solucionar nada. El ideario político del PP (que es el único referente de lo que vaya a hacer Mariano Rajoy al respecto, a falta de un programa electoral claro) está, en lo económico, completamente apegado al liberalismo económico. Pero es que es precisamente el liberalismo económico el que nos ha traído a esta situación, y es el liberalismo económico el que está dictando las medidas que, después de tres años, ni han dado resultado, ni están creando buenas perspectivas ni a corto ni a medio plazo.

      En definitiva, no es casual que te hayas llevado una sensación pesimista de la lectura de mi artículo. Pero sí que quiero dejar claro algo: sí soy optimista. Como dije antes, el cambio es posible. Pero no es sencillo. El cambio vendrá de la mano del cambio de muchas mentalidades, y por mucho que algunos digan que la gente es como es, y que algunos nunca cambiarán, yo no estoy de acuerdo con eso. Yo he visto a más de uno que iba para (o era ya) españolito cambiar. No es fácil, pero tampoco imposible. Cuando dejamos de aceptar lo que nos dicen sólo porque nos lo dice quien lo dice, cuando comenzamos a pensar, a razonar por nosotros mismos, a contrastar la información que nos llega, a «poner en cuarentena» lo que nos cuentan antes de convencernos de que es cierto (o de descartarlo), cuando no pasamos sistemáticamente el típico correo electrónico que nos llega diciendo que una banda de rumanos está robando coches simulando accidentes en la carretera, sino que antes de hacerlo buscamos en internet los datos de la supuesta personas que lo ha escrito (subdirector de seguridad vial de la DGT, o de Protección Civil)… cuando no basamos nuestras opiniones en creencias o en opiniones de otro, sino que nos informamos, leemos y aprendemos antes de formar nuestra propia opinión, cuando en lugar de hablar en plural y con prejuicios, generalizando y usando tópicos, somos conscientes de que lo que decimos es sólo una parte de la realidad, y que, por muy evidente que nos parezca y por muy seguros que estemos de lo que decimos, siempre cabe la posibilidad de que estemos equivocados, cuando en lugar de desacreditar todo lo que dice una persona porque no tiene las mismas creencias que yo, o porque no vota al mismo partido que yo, le escuchamos y reconocemos públicamente que lo que dice es sensato… Cuando tomamos una discusión como un intercambio de ideas y de pareceres, que pueden enriquecernos a ambos, en lugar de como una lucha de egos a ver quién de los dos gana… uando, al fin y al cabo, antes de tomar una decisión o de realizar una acción, en lugar de hacer lo mismo de siempre y lo mismo que hemos hecho siempre, nos paramos un segundo a pensar en las alternativas y a juzgarlas imparcialmente antes de tomar esa decisión o de realizar esa acción, cuando en definitiva usamos nuestra libertad de acción de forma responsable, coherente, inteligente y de forma razonada, estamos dejando de ser un españolito orgulloso de su patria para ser de verdad españoles de los que España puede estar orgullosos.

      Eso depende única y exclusivamente de que cada persona decida empezar a tomar las riendas de su vida y no dejar que la vida, el azar u otros sean quienes los dominen a uno. Eso depende, como acabo de decir, de que cada uno se pare a pensar conscientemente cada acción y cada decisión antes de tomarla. Y eso depende también de tomar un principio universal que encontramos en prácticamente todas las religiones y todos los sistemas morales del mundo: trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti mismo.

      Yo estoy convencido de que las cosas pueden mejorar. De hecho, estoy muy ilusionado con lo que estoy viendo que ocurre en España desde hace (mañana exactamente) medio año. Creo que la ciudadanía se está moviendo, está participando de algo que hacía mucho que no se daba: está intercambiando opiniones. Creo que más de uno está aprendiendo a razonar.


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